conquistaLa historia de El Salvador es la propia de un país centroamericano que ha pasado por diversos periodos, los cuales han marcado su actual estado económico, político y social. Antes de la llegada de los conquistadores españoles a tierras americanas, el territorio estaba habitado por diversos pueblos amerindios que ya habían formado órdenes sociales sofisticados; con la conquista, el sincretismo y el sometimiento toman protagonismo hasta que, en consecuencia de la explotación y motivos externos, El Salvador logra su independencia en 1821, comenzando ahí un periodo de convulsión política, liderado por los grandes terratenientes. En 1931 inicia un periodo conocido como la "dictadura militar", donde el ejército controla al Estado hasta 1979. Durante la década de 1980, una guerra civil azotó con fuerza a la sociedad salvadoreña, dejando un saldo de muertos y desaparecidos sin precedentes en su historia. Es en 1992 cuando se firman los Acuerdos de Paz de Chapultepec, evento que marca el inicio de una nueva época en la historia de la nación. En la actualidad, la situación económica y social tiende a dificultar las posibilidades de superación de la población.

Época precolombina

Antes de la conquista española, el territorio que actualmente ocupa la República de El Salvador estaba ocupado por tres grandes Estados y varios principados. Entre los pueblos indígenas de la región se encontraban los lencas, chortis, xincas, uluas, Chorotegas, pocomames, y pipiles, todos ellos pertenecientes al área cultural mesoamericana.

 

En un principio, El Salvador estuvo habitado por grupos que reciben el nombre de paleoindios. Uno de los lugares donde mejor se conserva su huella es la Cueva del Espíritu Santo. En el 1500 adC llegaron los mayas y lencas. Entre el 600 y 1000 se establece la cultura de Cotzumalhuapa, cuya evidencia arqueológica en El Salvador ha sido descubierta en Cara Sucia. Al mismo tiempo, los lencas de la zona oriental formaron el principado de Managuara Najochán. En el año 900, por causa de la llegada de personas pertenecientes a la familia real de Copán, el principado se dividió en tres coronas: Managuara, Sesori Cacaguatique y Uxulvután (Usulután). En el siglo XIV se volvio a reunificar con el nombre de Principado Maya-Lenca de Najochan que sobrevio hasta la conquista española en 1530.

 

Durante el periodo clásico, los sitios dominantes del área occidental y central comerciaban y se veían influenciados grandemente (más aún en la arquitectura) por Copán; las evidencias encontradas en Tazumal y San Andrés sugieren que los antiguos gobernantes no participaban mucho de la política maya, ya que dichos soberanos contaban con sus propios sistemas culturales. Para el periodo Clásico Tardío los grupos étnicos y etnias eran: lencas (potones y taulepas), uluas (cacaoperas), mayas (chortíes y pocomames), xincas y Chorotegas.

 

Los pipiles

En el 900 llegaron los pipiles. Desde esa fecha hasta el 1200 se llama a ese período Epiclásico. Fue en ese tiempo cuando los indígenas que habían vivido allí antes de los pipiles, lograron mantener su soberanía aliándose con ellos en sitios como Tazumal —habitada por pocomames— y en Cihuatán — construída en este período por mayas y lencas—. Hacia 1200 los pipiles atacaron, y estos sitios fueron abandonados para siempre. Atiquizaya fue convertida en capital de un señorío pocomam que ocupaba gran parte de Ahuachapán y parte de Santa Ana. La cultura de los pipiles era similar a la de otros pueblos del Centro de Mesoamérica, especialmente de las nahuas (tolteca).

 

Los pipiles encabezaron varios cacicazgos en el territorio, como Ahuachapán, Apaneca, Apastepeque, Cuzcatlán, Guacotecti, Ixtepetl, Izalco y Tehuacán. De ellos, el de Cuzcatlán fue el que logró imponer su hegemonía, al unificar el territorio pipil para crear el Señorío de Cuzcatlán, que estaba organizado como una federación. De esta forma, sobrevivieron los cacicazgos sometidos, como estados o departamentos que eran dependientes del cacique de Cuzcatlán. Esta urbe indígena, dinámica, próspera y floreciente, fue fundada en 1054 por el último de los soberanos de Tula del Anihuac: el rey Topilzin Acxitl o Quetzalcóhuat II, Ilamado también Co-Acatl (1-Cal-aa) y Moconetzin ("el Niño de Maguey"), asentada en el valle del volcán de Quezaltepec y el río Acelhuate.

 

Durante cinco siglos, Cuzcatlán o Cuzcatlin reafirmó su categoria de gran ciudad y fue el centro motor de la civilización pipil. En la primera mitad del Siglo XVI eran imprecisos los límites jurisdiccionales de las gobernaciones de Guatemala, a cargo de Pedro de Alvarado, y de Nicaragua, presidida por Pedrarias Dávila. Por esa época, los pilotos Pedro Miguel y Pedro Corzo recorrieron el litoral Sur del actual territorio salvadoreño.

 

Cacique Pipil

En una carta dada en León Viejo, el 15 de enero de 1529 y dirigida por el Gobernador de Nicaragua Pedrarias Dávila al Emperador Carlos V de Alemania y I de España, se lee que han “divisado a Nequepio (nombre que los chorotegas o mangues daban a Cuzcatlin), al poniente por la Mar del Sur hasta Cuzcatlin".

 

Andrés Niño, descubridor de El Salvador

El 26 de enero de 1522 partió de Tararequi la expedición del capitán Gil González de Avila y el piloto mayor Andrés Niño, la cual llegó sin novedad a cabo Hermosa o puerto de La Herradura, en la extremidad Sur de la península de Nicoya.

 

Aqui desembarcó el capitán y el grueso del ejército, que realizarían la conquista de la Isla de Nicoya y costa meridional de Nicaragua. Mientras, Andrés Niño seguiría navegando hacia el Poniente, en busca de un estrecho o canal que pusiera en contacto a los océanos Pacífico y Atlántico.

 

En este viaje, Niño descubrió la Bahía de Corinto (Nicaragua) a la que denominó La Posesión, en seguida, un hermoso golfo al que Ilamó Golfo de Fonseca, en honor a fray Juan Rodríguez de Fonseca, y a una isla redonda y poblada (Meanguera), la nombró Petronila, en honor a una sobrina muy querida de aquel prelado y funcionario español o bien porque arribó a dicha ínsula el 31 de mayo de 1522 día consagrado por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana a la Santa de ese nombre. Después descubrió la bahia de Xiriualtique (Jiquilisco), la desembocadura del Río Grande de Lempa, la punta Remedios y llegó hasta el golfo de Tehuantepec, en México. Andrés Niño fue el descubridor de El Salvador y la isla de Meanguera la primera tierra salvadoreña pisada por el soldado español.

 

Origen del Nombre

La festividad católica del Santísimo Salvador rememora el milagro bíblico de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, cuando en presencia de San Pedro, San Juan y Santiago se presentó, según los Evangelios, glorioso ante Moisés y Elías.

Esta solemnidad litúrgica de la Iglesia Católica Apostólica Romana fue instituida en 1457, por el Papa Calixto III, en acción de gracias al Divino Salvador del Mundo por la victoria que en el año precedente obtuvieron en las puertas de Belgrado los ejércitos cristianos sobre las fuerzas invasoras musulmanas capitaneadas por Mahomet III. Victoria que detuvo la penetración de los turcos en la península de los Balcanes.

A partir de estos hechos, muchas poblaciones y lugares fueron designados en la Europa cristiana con el nombre de San Salvador y muchas iglesias colocadas bajo la advocación o patronato del Divino Salvador del Mundo.

 

Grupos mayenses

A mediados del siglo XI, los mayas chortí —que habían ocupado desde mucho tiempo atrás la región al norte del río Lempa en la zona del distrito de Metapán (Santa Ana) y en Chalatenango— crearon el Reino Payaquí, que ocupaba también regiones de las actuales Guatemala y Honduras. En el siglo XIII recibió la influencia cultural de los pipiles, a tal grado que cuando llegaron los españoles, se hablaba en gran parte de la región el alajuilak, una lengua que combinaba elementos del chortí y el nahuat. Al igual que Najochán, el reino payaquí era un Estado confederado. En el año 1400, los pipiles conquistaron el señorío de los pocomames y su capital, Atiquizaya.

 

Fuerza Armada Precolombina

1. Pueblos aborígenes de El Salvador:

El territorio salvadoreño tiene una superficie aproximada de 20,751 km2.

En la época precolombina dicho feraz territorio se encontraba habitado por tribus mongoloides, que hablaban diferentes lenguas y dialectos y habían alcanzado diversos grados de civilización.

Estas tribus sedentarias eran las siguientes: pipiles o yaquis (Grupo Nahua o Nahoa), mixe, pocomame y chorti (Grupo Maya-Quiché), potones y taulepas (Grupo Lenca), cacaoperas o matagalpas (Grupo Ulua), ximcas y mangues o chorotegas (Grupo Chiapaneco).

Desde el punto de vista de grado de civilización todos estos demos, como en general todos los de América, estaban inmersos en la Edad de la Piedra, los más primitivos en el Paleolítico,[1] con un régimen de alimentación basado en la yuca y otros tubérculos farináceos, y los más avanzados en el Neolítico,[2] aproximándose tímidamente al Calcolítico, [3] con una agricultura dominada por dos plantas sagradas: el frijol y el maíz, cuyos granos duros y secos son susceptibles de ser almacenados en trojas o en vainas y en tusas.

Las tribus presalvadoreñas que eclosionaron en la "cultura del barro", decididamente permanecían en una abismal desventaja con relación a las culturas europeas, específicamente la española, que llegaron más allá de la "Edad de los Metales": el hierro y el bronce, con una tecnología que incorporó al patrimonio de América, la rueda, la fragua, el torno de alfarero, las múltiples herramientas, las armas de fuego y otros adelantos que conmocionaron, vigorizaron y diversificaron las civilizaciones del Antiguo Mundo.

 

2. Los Estados precolombinos:

 

En los tiempos prehispánicos se erigieron en el “nuevo mundo” muy pocos macro-estados, unos organizados a manera de democracias castrenses como la Confederación Azteca, en la mesa del Anáhuac (México), y otros a manera de monarquías absolutas, como los Quichés y Cakchiqueles en los Cuchumatanes y estribaciones de la Sierra Madre Centroamericana (Guatemala) y los Incas en la abrupta Cordillera de los Andes (Perú).

 

Empero, por lo general, y así sucedía en la más conspicua civilización aborigen: la maya, los diferentes pueblos constituían Estados-Ciudades, conrayanos e independientes entre sí, víctimas de frecuentes confrontaciones tribales y de las zozobras que imponía la posibilidad de asaltos y pillajes de los convecinos.

 

En el mosaico de las etnias precolombinas que poblaron el territorio hoy salvadoreño, los pipiles [4] o yaquis [5] formaban el más homogéneo grupo de pueblos de idioma náhuat [6] extendidos desde el Río Paz hasta el Bajo Lempa, organizados no en "Señoríos" sino en cacicazgos o Estados-Ciudades.

 

Refiere el Lic. Diego García de Palacio [7] que cuando "fallecía el cacique lo lloraba el pueblo cuatro días y cuatro noches; a la cuarta noche cuando amanecía salía el papa [8] y decía que el ánima de aquel cacique estaba con los dioses y que no llorasen más; se enterraba en su propia casa, sentado y vestido con todos sus bienes, y aquellas cuatro noches y días su llorar era como a manera de mitote [9], cantaban sus hazañas y linajes".

 

"Luego otro, día el Papa y todos los demás del pueblo tomaban por señor al hijo, al hermano o al pariente mas cercano". En todo caso, el sucesor era un Tatoni [10] elegido previamente por los jefes guerreros de las tribus, porque resalta evidente que los pipiles constituían sociedades políticas organizadas en la forma de verdaderas democracias militares.

 

"Y a la elección de éste –anota García de Palacios- se hacían grandes fiestas, bailes y sacrificios, y él (el nuevo cacique) daba de comer a todos los capitanes y sacerdotes en su casa".

 

Dicho soberano o cacique ostentaba el título de Tagatécu. [11] Él actuaba como rey absoluto o más acertadamente como los patriarcas hebreos: en el orden religioso de las ceremonias del culto pagano; en el judicial, impartía justicia de acuerdo al derecho consuetudinario; en el administrativo, percibía tributos y en tiempos de guerra, asumía la dirección del Ejército.

 

Como segundo en el gobierno se elegía a un príncipe valiente, quien ostentaría el título de Cihuacúat [12], magistrado supremo que impartía justicia y cuyo poder igualaba al de tagatécu. Dicha dignidad tenía claras reminiscencias totémicas y sobre todo de la antigua ginecogracia que fue la organización familiar durante el horizonte hortícola de la prehistoria americana.

 

3. Vestuario de los guerreros.

 

Tanto en las vasijas policromas como en los códices o manuscritos jeroglíficos y en "los frescos" o pinturas parietales que recuerdan al arte paleolítico de las cavernas, todo esto a veces respaldado por referencias esporádicas de cronistas españoles e informantes de indias, hay pruebas irrecusables de que no variaba fundamentalmente el vestuario civil del castrense.

 

En efecto: eran los mismos el mashte, especie de braga o taparrabo que cubría las partes pudendas y el cotón, camisa de algodón, sin mangas y de escote rectangular, pues por desconocer las tijeras no arribaron los indígenas al escote circular.[13]

 

4. Vida militar en tiempos de paz.

 

En los cortos períodos en que no se producían saqueos o enfrentamientos bélicos tanto las armas ofensivas como las defensivas se manufacturaban y guardaban en un tecpan [14], un verdadero arsenal de guerra nombrado por los pipiles tacuzcalcu [15].

 

Desde el punto de vista castrense, los pipiles estaban organizados en dos órdenes militares: la de los Ocelotes [16] o Caballeros Tigres y la de los Cuauhcue [17] o Caballeros Aguilas.

 

Más tarde apareció una tercera orden guerrera: la de los Teculucelus [18] o Valientes Búhos.

 

Los pipiles habían organizado dos institutos en los que se enseñaban a los mancebos el manejo de las armas y en donde obtenían la jerarquía de militares profesionales: el Telpúshcal [19] y el Calmécat [20].

 

Del primero de estos colegios salían los tiacauh [21] y del segundo, los tequihua [22].

 

Los pipiles se reputaban excelentes guerreros y figuraban como bien entrenados y temibles soldados: "Los que eran soldados de la guerra- expresa el oidor Lic. Diego García de Palacios- no dormían en sus casas con sus mujeres sino en unos calpules [23] que tenían dispuestos para ellos; lo propio ocurría con los mancebos que mostraban el arte de la milicia, y de día iban a casa de sus mujeres a comer y beber, y de allí a sus milpas y siempre quedaba una compañía a guardar el pueblo".

 

Con similar organización actuaban los pocomames y chortis, en el norte salvadoreño; y potones y taulepas, en el oriente.

 

5. Perturbaciones bélicas.

 

Las guerras se suscitaban entre cacicazgos circunvecinos por disputas de ojos de agua y vertientes, rapto de doncellas, pillaje de granos de primera necesidad en épocas de hambruna, rencillas entre tatunímet,[24] y otras causas de similar envergadura.

 

Cuando no se trataba de actos de asalto y despojo sino que existía una clara y manifiesta voluntad de ir a la guerra con todas sus consecuencias, el pueblo que sería objeto del ataque enemigo procedía a limpiar el terreno donde se libraría el combate.

 

Esto era señal incuestionable de que se aceptaba la lucha armada, el reto provocador del adversario, a efecto de dirimir la disputa según los usos y costumbres de la guerra.

 

Para conocer y deliberar respecto a la guerra y la paz se juntaban el papahua, [25] el Tupilzín,[26] el tehuamatine [27] y los cuatro teupishques, [28] y por sus suertes y hechicerías, según creencias paganas, sabían si harían guerra a sus enemigos o bien si algún enemigo se preparaba para arremeter contra ellos.

 

En este último caso, llamaban al tagatécu, al cihuacúa y a los capitanes de guerra y les informaban sobre cómo venían los adversarios y les sugerían en qué lugar debían esperarlos para hacer la guerra.

 

Ahora bien, antes de iniciarse la confrontación armada el sacerdote hechicero sacrificaba un shúlut [29] descuartizándolo para averiguar, a través de la observación de las vísceras, si sería o no favorable la contienda.

 

Al iniciarse la batalla los guerreros pipiles tocaban el teponaguaste [30], tambores, caparachos de tortuga, maracas, caracoles, ocarinas de barro politonales, chirimías o flautas sin lengüeta, etc. que producía un ruido ensordecedor, mientras los combatientes, proferían gritos o alaridos espeluznantes.

 

6. Sacrificios de la victoria.

 

Refiere el Lic. Diego García de Palacio, que para los pipiles la victoria militar constituía motivo de grandes celebraciones pagano-religiosas.

 

"El cacique-apunta, percibía toda la gente de guerra, y salía en busca de sus enemigos, y si tenía victoria en la batalla, luego el cacique (tagatécu) despachaba correos al Papahua (sumo sacerdote) y le avisaba el día que había sucedido y el sabio tehuamatine veía a quien se habría de hacer el sacrificio".

 

"Si era a Quetzalcoatl [31] duraba el mitote 15 días y cada día sacrificaban un indio de los que habían cautivado en la batalla; y si era a Itzcueye [32] duraba el mitote cinco días, y cada día sacrificaban otro indio".

 

En el sacrificio de la victoria, uno de los más importantes, se procedía así:

 

"Todos los que se hallaron en la guerra venían en ordenanza cantando y bailando, y traían a los que habían de sacrificar con muchas plumas (de quetzal) y chalchihuites [33] en los pies y manos, con sartas de cacao en el pescuezo, y éstas traían los capitanes en medio de sí".

 

"Salían el Papahua y sacerdotes con los demás del pueblo a recibirlos con baile y música mitote y los caciques y capitanes ofrecían al Papahua aquellos indios para el sacrificio. Ivanse luego todos juntos al patio de su teupa, [34] y bailaban en medio del patio, ponían una piedra como apoyo (era del sacrificio humano), y sobre él echaban al indio que habían de sacrificar de espaldas y los cuatro sacerdotes (teupishques) tenían al indio de pies y manos, salía el mayordomo (Tupilzín) con muchas plumas y cargado de cascabeles con un navajón de piedra (de obsidiana) en la mano, y le habría el pecho, y le sacaba el corazón y en sacándolo lo echa en alto a las partes de los cuatro vientos, y la quinta vez lo echa en medio del patio derecho en cuanto podía y decía, tenía Dios el premio de esta victoria."

 

"Este sacrificio era público, que todos los chicos y grandes lo veían."

 

7. Armas ofensivas y defensivas.

 

Las principales armas ofensivas o de ataque de los pipiles eran:

 

La lanza o tecuz, temible arma de asta larga y de punta afilada y templada al fuego: los pipiles y lencas utilizaban varas sumamente duras obtenidas del árbol llamado güiligüiste. A veces, en las puntas de estas jabalinas, se colocaban cuchillas de obsidiana o de pedernal. Las astas tenían, según Pedro de Alvarado, 30 palmos de longitud, equivalente a 7.5 varas o 6.30 mts. [35].

 

La macana o macuáhuit [36] consistía en una porra o mazo erizado de afilados cuchillos de obsidiana vidrio volcánico o de pedernal (cuarzo amarillento).

 

Poseían otra clase de macana: consistía en unas tablas planas de madera con ranuras o incisiones donde se adaptaban filosas hojas o lascas de las rocas mencionadas.

 

El binomio arco o tauítul [37]y flecha o mit. [38] Ingenioso aparato de caza y guerra de invención casi universal y acompañante del hombre desde la más remota prehistoria, consiste de dos partes: 1) Un asta corta o varilla vegetal seca, que posee en un extremo una punta aguzada y en el otro una ranura para colocar y estirar la cuerda del arco, y en derredor de la cual, un haz de plumas da estabilidad al artefacto durante su recorrido. En la punta del asta arrojadiza solía adaptarse lascas hirientes de obsidiana o pedernal; y 2) una vara flexible o bejuco en cuyos extremos se coloca bien ajustada una cuerda, que al ser estirada, dispara con fuerza la flecha.

 

Disponían, como armas defensivas, con dos tipos de escudos: un disco o rodela llamado malacate [39] que servía en los combates cuerpo a cuerpo, con el auxilio de macanas; y unos corseletes de algodón, que cubría los guerreros de pies a coronilla, según testimonio de Pedro de Alvarado, con los cuales se aminoraba o neutralizaba el impacto de las flechas y las lanzas.

 

Nuestros aborígenes desconocían las armas blancas tanto de bronce como de hierro y asimismo las armas de fuego: ellos, como en toda la América, vivían en la Edad de la Piedra.

 

 

Organización política antes de la conquista.

 

Antes y durante la conquista, el territorio que en el futuro sería El Salvador se encontraba dividido en 3 partes:

Reino Payaquí (Señorío Chorti) (se extendió al norte del río Lempa y formado también con territorios en Guatemala y Honduras)

Señorío de Cuzcatlán (se extendió desde el río Paz hasta el río Lempa)

Principado Maya-Lenca de Najochan (conformado por la zona oriental de El Salvador y la zona oriental y pacifica de Honduras)

 

El 31 de mayo de 1522 el español Andrés Niño, a la cabeza de una expedición, desembarcó en la isla de Meanguera en el (golfo de Fonseca); y posteriormente descubrió la bahía de Jiquilisco y la desembocadura del río Lempa.

 

En junio de 1524, Pedro de Alvarado salió de la población de Iximché en el actual territorio de Guatemala para iniciar el proceso de conquista de Cuscatlán. Bajo su mando estaban unos 250 soldados españoles y unos 6,000 indígenas aliados, principalmente tlaxcaltecas. Luego de pasar por los poblados de Itzcuintepec, Atiepac, Tacuilula, Taxisco, Guazacapán, Chiquimulilla, Tzinacaután, Naucintlán y Paxco, llegó a las riberas occidentales del río Paz, y lo cruzó para internarse en los territorios pipiles.

 

Luego de algunas leguas de camino llegó a una población de Mochizalco (hoy Nahuizalco), que Alvarado encontró desierta, debido a que sus habitantes la habían abandonado luego de enterarse de los atropellos que había realizado al otro lado del río Paz. Luego continuó hasta la población de Acatepec que también había sido abandonada por sus habitantes.

 

Alvarado continuó hacia el sur y llegó a la población de Acaxual (Acajutla); al continuar, se encontró a media legua del pueblo con el ejército pipil, entablándose una cruenta batalla. El mismo Alvarado fue alcanzado con una flecha en el fémur, quedando herido de gravedad.

 

Luego de la batalla, Alvarado realizó un repliegue para curar a los heridos, permaneciendo unos cinco días en Acaxual. A pesar de la gravedad de su herida, que le obligaba a permanecer en la retaguardia, marchó contra el poblado de Tacuxalco (hoy Nahuilingo), que se encontraba situado al sur de la actual ciudad de Sonsonate; allí se entabló una desigual batalla con enormes pérdidas para el ejército pipil. Los españoles descansaron un par de días y continuaron hacia Miahuatán, que encontraron desierta. Al pasar esta población prácticamente abandonaron territorio de los izalcos e ingresaron a territorio del Señorío de Cuzcatlán.

 

Al llegar a la población de Atehuan (actualmente Ateos, La Libertad) recibió mensajeros que traían una declaración de paz de los Señores de Cuscatlán; sin embargo Alvarado avanzó hacia la ciudad de Cuscatlán y encontrándola desierta. Parece ser que en julio de 1524, Alvarado regresó a Guatemala debido a las condiciones climatológicas. La conquista continuó hasta el año de 1525, y se tienen datos de que la villa de San Salvador fue fundada por Diego de Holguín y Gonzalo de Alvarado el 1 de abril de 1525 en el sitio conocido como Ciudad Vieja, en el valle de la Bermuda, a 8 kilómetros al sur de la actual Suchitoto. En 1526 estalló una sublevación indígena que obligó a abandonar la villa.

 

En 1528, la villa de San Salvador fue refundada por Diego de Alvarado. En 1530, una expedición al mando del capitán Luis de Moscoso conquistó la zona oriental y fundó la villa de San Miguel de la Frontera. En 1530 Fernando de Chávez y Juan Pérez Dardón (enviados por Pedro de Alvarado) derrotan a Copán Calel en Cítala, siendo apresado y ejecutado finalmente en La Ermita. En 1537 es vencido Lémpira (líder de la resistencia lenca) en Honduras. En 1540 el área de El Salvador es pacificada, quedando el actual territorio salvadoreño plenamente controlado por los españoles[4].

 

Líderes indígenas que defendieron los Señoríos durante la conquista

 

Atonal. Guerrero, cacique de Izalco luchó en las batallas de Acaxual (actualmente Acajutla) y Tacuzcalco (pertenecientes al Señorío de Cuscatlán), fue asesinado no mucho después de esta última en 1524.

Atlacatl Señor de Cuscatlán. Organizó la defensa desde 1524 hasta ser derrotado y ahorcado en 1528. Sin embargo, existen teorías que afirman que Atlacatl en realidad no existió como persona; más bien era un titulo para los caciques de Cuscatlan.

Copan Calel (Rey payaquí) fue derrotado en Citala y vencido finalmente en La Ermita en 1530.

Antu Silan Ulap (princesa Maya-Lenca) Defendió con éxito a principios de 1530, pero tuvo que retirase por estar cerca del parto: dejó en su lugar a Lempira.

Lempira. Guerrero y príncipe Maya-Lenca provisorio. Defendió y fue derrotado en 1537[5].

 

Españoles que conquistaron El Salvador

Pedro de Alvarado (Derrotó a Atonal, y fue derrotado por Atlacatl en 1525 ). Venció a Lempira en 1537.

Gonzalo de Alvarado (Fundador de la Villa de San Salvador en 1525 )

Diego de Alvarado (Venció a Atlacatl en 1528)[6]

Luis de Moscoso (Derroto a Martín Estete y fundo la villa de San Miguel de la frontera a principios de 1530)

Hernando de Chavez y

Juan Pérez Dardón (Vencieron a Copán Calel y conquistaron el Reino Payaquí en 1530)

 

Época colonial (1530-1821)

La conquista del territorio significó el fin de una época de poblamiento indígena que había durado varios milenios. Después de miles de años de aislamiento, el territorio fue incorporado por la fuerza al Imperio español y convertido en colonia. El Imperio determinó que el territorio que hoy ocupa El Salvador formara parte de la Capitanía General de Guatemala, la cual dependía administrativamente del virrey de la Nueva España. La población nativa sobreviviente, diezmada por las guerras de conquista y por las nuevas enfermedades provenientes de Europa, pasaron a ser "indios" y su trabajo sería servir a sus conquistadores.

 

En los años que siguieron a la conquista, los españoles introdujeron animales y cultivos europeos en el territorio de El Salvador. Hubo un gran esfuerzo para inculcar la cultura y la religión de los conquistadores a los indígenas. Las órdenes religiosas, en especial los franciscanos y dominicos, colaboraron con el Imperio español en el proceso de evangelización. Se estableció el sistema de la encomienda, para controlar a la población nativa. Este sistema fue la recompensa que recibió cada conquistador por su servicio a la Corona.

 

La encomienda consistía en la asignación de un número específico de indígenas adultos, quiénes debían pagarle al encomendero, un tributo en productos o trabajo. Este sistema se prestó para muchos abusos en contra de los aborígenes. La esclavitud de los nativos fue expresamente prohibida en 1542, por las Leyes Nuevas. La Corona española estableció la caducidad de las encomiendas, generalmente después de un período de dos vidas, (es decir, después de la muerte de la primera generación de descendientes del encomendero), pasando los indígenas a pagar un tributo directo al Rey.

 

Como el territorio salvadoreño carecía de riquezas minerales importantes, la agricultura se transformó en la base de las actividades económicas. Entre 1550 y 1600, las dos actividades principales fueron el cultivo del cacao, realizado principalmente en la región de los Izalcos en el actual departamento de Sonsonate; y la extracción de la resina del árbol de bálsamo en la región costera. En el siglo XVII, la siembra del cacao decayó, y fue sustituido por el cultivo del jiquilite, la planta que sirve de base para la elaboración del colorante del añil.

 

Durante el período colonial, se produjo un proceso de mestizaje entre indígenas, negros y españoles. Para el momento de la Independencia, los mestizos constituían la mayor parte de la población del territorio.

 

La sociedad colonial salvadoreña estaba fuertemente segmentada. Por un lado, existía toda una codificación acerca de las relaciones entre los grupos étnicos. Existía el concepto que la posición que una persona ocupaba en la escala social, debía estar de acuerdo con una supuesta mezcla de sangres. Mientras más sangre española, mejor posición, por ello los españoles penínsulares ocupaban las posiciones de privilegio, en especial los puestos más altos del gobierno colonial.

 

Organización territorial de El Salvador en la colonia

 

La Nueva España (1535-1821) era el virreinato español que se extendía desde el Oeste de los Estados Unidos hasta Costa Rica en Centroamérica, teniendo su capital en la Ciudad de México. De este virreinato dependía la Capitanía General de Guatemala (comprendida por los actuales territorios de Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Nicaragua).

 

Desde 1532 hasta 1786 el país que en el futuro sería El Salvador, estaba dividido de esta forma:

 

Alcaldía Mayor de Sonsonate (los actuales departamentos de Sonsonate, Ahuachapán y agregado también el distrito de Chalchuapa, hoy del Departamento de Santa Ana)

Alcaldía Mayor de San Salvador (con toda la zona central y el Departamento de Santa Ana)

Alcaldía Mayor de San Miguel (toda la zona oriental)

Desde 1786 hasta 1824 como parte de las reformas borbónicas, se reorganizó el territorio:

 

Alcaldía Mayor de Sonsonate

Intendencia de San Salvador (formada por las Alcaldías Mayores de San Salvador y San Miguel)

 

Proceso de Independencia (1811-1821)

 

Desde las últimas décadas del siglo XVIII, en diversas regiones de América Latina, tuvieron lugar varias rebeliones en contra del dominio español, algunas más exitosas que otras. En Centroamérica, el sentimiento de independencia comenzó a crecer entre los criollos, que influidos por las ideas liberales de la Ilustración, veían en el proceso de independencia de los Estados Unidos y en la Revolución Francesa, un ejemplo a seguir. Se sabe que líderes del movimiento independentista centroamericano como José Matías Delgado, José Simeón Cañas y José Cecilio del Valle, eran conocedores de las ideas de libertad individual e igualdad ante la ley, propugnadas por la Ilustración.

 

En la primera década del siglo XIX, las autoridades coloniales españolas, realizaron una serie de medidas fiscales y económicas impopulares, como el aumento de tributos y la consolidación de deudas estatales, para financiar las guerras europeas de la Corona española. Estas medidas acrecentaron el sentimiento de independencia entre los criollos.

 

Los historiadores consideran que el fenómeno que sirvió como detonante al proceso de independencia de Centroamérica, fue la Invasión Napoleónica a España en 1808 que significó el colapso temporal de la autoridad real.

 

En el período de 1808 a 1814, se produjeron varios importantes alzamientos en el territorio de la Intendencia de San Salvador:

 

El Alzamiento del 5 de noviembre de 1811. Fue vencido en diciembre de 1811. Conocido como el Primer Grito de Independencia, fue encabezado por José Matías Delgado, Manuel José Arce y los hermanos Aguilar en San Salvador. Se extendió en los días siguientes del mes de noviembre a las ciudadades de Santiago Nonualco, Usulután, Chalatenango, Santa Ana, Tejutla y Cojutepeque. Hubo 2 alzamientos relacionados con éste, que adquirieron relevancia, el del 20 de diciembre de 1811, ocurrido en Sensuntepeque, y el del 24 de noviembre de 1811, ocurrido en la ciudad de Metapán.

El Alzamiento de 24 de enero de 1814, ocurrido en San Salvador, no tuvo éxito y la mayoría de los líderes independentistas fueron arrestados; siendo uno de ellos, Santiago José Celís, asesinado. En este movimiento hubo una amplia participación popular.

En mayo de 1814, Fernando VII regresó a España como rey, e inmediatamente restableció el absolutismo, derogando la Constitución de Cádiz. Los efectos de las medidas reales se hicieron sentir en Centroamérica, donde el Capitán General de Guatemala, José de Bustamante y Guerra, desató una persecución en contra de los independentistas y los defensores de las ideas liberales, que se prolongaría hasta la destitución de Bustamante en 1817.

 

En 1820, la Revolución de Riego, en España, restableció la vigencia de la Constitución de Cádiz. El Capitán General de Guatemala, Carlos Urrutia, juró la Constitución en julio de ese año y poco después se convocó a elecciones para elegir ayuntamientos y diputaciones provinciales, además de permitirse la libertad de prensa en el territorio del Reino de Guatemala. Aprovechando el ambiente de libertad, comenzaron a publicarse en Guatemala, dos periódicos nuevos: El Editor Constitucional bajo la dirección del guatemalteco Pedro Molina, que defendía posiciones muy liberales, y El Amigo de la Patria dirigido por el hondureño José Cecilio del Valle, que defendía posiciones más conservadoras. En junio de 1821, el Capitán General Urrutia fue sustituido por Gabino Gaínza. En agosto llegaron a Centroamérica las noticias de la Independencia de México, bajo los términos establecidos en el Plan de Iguala de Agustín de Iturbide. Ante esta nueva realidad, Gaínza convocó a la reunión de notables del 15 de septiembre[7].

Independencia y Fuerza Armada

 

 

1. Una paz solo aparente.

 

El 19 de marzo de 1812, día consagrado a San José de acuerdo al santoral de la Iglesia Católica Apostólica Romana, se emitió en Cádiz y entró en vigencia, previo juramento de fidelidad y acatamiento, la Constitución Política de la Monarquía Española o "de las Españas", a la cual los peninsulares, en son de embromar, endilgaron el apodo de "la Pepa".

 

El 24 de septiembre y el 8 de octubre de 1812 era jurada la Carta Magna respectivamente por las autoridades coloniales en las ciudades de Guatemala y San Salvador, y luego se generalizaron actos similares en todo el Imperio.

 

Cuando se produjo aquel extraordinario y trascendente acontecimiento el Rey Fernando VII permanecía cautivo del Emperador de los Franceses Napoleón I en el castillo de Valencais y por lo tanto tenía incapacidad física y política de prestar el juramento de fidelidad a tal Código Máximo, y aun más, de dar exacto cumplimiento a sus mandatos.

 

Al retornar el soberano español de su precitado y humillante cautiverio expresó que en manera alguna, estaba dispuesto a prestar el juramento constitucional, pues España seguiría siendo una monarquía absoluta: el 4 de mayo de 1814 anunció semejante decisión a sus súbditos tanto de la metrópolis como ultramar.

 

La dictadura real cubrió con negros crespones a todo el Imperio y ante tan mayúscula e increíble torpeza se acicatearon e incendiaron los ánimos, y los pueblos de América Hispana entendieron bien el mensaje: había que romper en mil pedazos las cadenas y virotes de la dependencia política y crear nuevas naciones, sobre todo repúblicas democráticas representativas, en el ámbito de los antiguos reinos de ultramar.

 

Todo esto, pues, se tradujo en malestar y descontento popular. Los hechos configuraron dos poderosos partidos políticos: el conservador o servil, fiel al Rey y al régimen monárquico; y el liberal o fiebre, que aspiraba a la independencia absoluta y a la entronización de la república y la democracia.

 

Los realistas, conservadores o serviles trataron de apaciguar los ánimos y aminorar la fuerza revolucionaria de los insurgentes invocando este pasaje bíblico: "todo reino dividido entre sí, se desolará"; y aun invocado estos artículos de la revocada Constitución: "El amor a la patria es una de las principales obligaciones de los españoles" (Art. 6o.) y todo español está obligado a ser fiel a la Constitución, obedecer las leyes y respetar a las autoridades establecidas.(Art. 7o.).

 

Pero ocurrió, que estos mismos preceptos constitucionales se volcaron contra España y los dominadores peninsulares.

 

2. El Plan de Iguala.

 

El 28 de marzo de 1818 tomó posesión del rango de Presidente, Gobernador y Capitán General de Guatemala, en sustitución de don José de Bustamante y Guerra, el mandatario don Carlos de Urrutia y Montoya.

 

Quedaban bien atrás las épicas conmociones del 5 de noviembre de 1811 en San Salvador; de diciembre de 1811 en Granada, León y Rivas, en Nicaragua; del 21 de diciembre de 1813 en el Convento de Belén, en Guatemala; y del 24 de enero de 1814 nuevamente en San Salvador.

 

En cuanto al Virreinato de la Nueva España, sus autoridades decapitaron el movimiento emancipador de los protocaudillos de la libertad y soberanía del moderno Méjico: Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón.

 

De tal suerte, que todo parecía indicar el triunfo de la paz sobre la guerra y que en estos reinos no se perturbaría jamás tan apreciado don de Dios; pero no fue así porque acaeció en España un hecho histórico insólito: la insurrección del General Rafael del Riego y Núñez, en Cabezada de San Juan, el 1° de enero de 1820.

 

A raíz de este movimiento liberal reivindicador el Rey Fernando VII acordó, el 7 de marzo siguiente, jurar la Ley Fundamental de la Monarquía, como lo efectúo en Madrid el 9 de julio del mismo año.

 

Este suceso tuvo grandes repercusiones en América: inesperadamente, en las montañas del sur de la ciudad de México, se alzó en armas un desconocido caudillo: el General Vicente Guerrero, exigiendo la independencia del Virreinato de la Nueva España y la instalación de un gobierno nacional.

 

Don Juan Ruiz de Apodaca, Conde del Venadito y Virrey de Nueva España, envió contra el Jefe insurrecto una fuerza respetable al mando del Brigadier don Agustín Iturbide y Aramburo, quien en 1811 y 1814 había combatido con éxito a los insurgentes e inmortales curas mexicanos don Miguel Hidalgo y Costilla y don José María Morelos y Pavón, respectivamente.

 

Ante la convulsión independentista que agitaba a toda la América Española, con las gestas epónimas de José de San Martín y estelarmente de Simón Bolívar, el Brigadier Iturbide comprendió que la dominación española tocaba ya a su inevitable fin y que él, en un nuevo ordenamiento, bien podría desempeñar un brillante papel.

 

En consecuencia, antes de aventurarse a una contienda armada entre sus huestes y los insurgentes del general don Vicente Guerrero buscó un avenimiento con este famoso soldado.

 

Puestos de acuerdo, el 24 de febrero de 1821 proclamó el Plan de Iguala de las Tres Garantías. Estas eran:

 

1°. Independencia absoluta de la Nueva España bajo la forma de una monarquía constitucional, con el nombre de Imperio Mexicano. Se ofreció la corona a Fernando VII y en su defecto a otro príncipe de la Casa Borbónica reinante en España.

 

2°. Religión Católica, Apostólica y Romana, con exclusión de cualquier otro culto; y,

 

3°. Unión íntima e igualdad política absoluta de criollos o americanos y de chapetones o peninsulares.

 

El proyecto preindicado agradó tanto a los realistas o monarquistas (conservadores) como a los independentistas (liberales), porque era esencialmente un plan ecléctico que aseguraba la paz, la libertad y la concordia y, además, protegía los derechos seculares de la Iglesia oficial y única como los de los españoles nacidos en España o gachupines.

 

Mientras estos sucesos acaecían en el Virreinato de la Nueva España, el último Capitán General de Guatemala don Carlos Urrutia y Montoya, víctima de una hemiplejía desde agosto de 1820, a instancias de su confesor Presbítero y Doctor José Simeón Cañas y por recomendación también de sus médicos Dr. Pedro Molina y Dr. Vicente Carranza, depositó los altos mandos, a las 5 de la tarde del 9 de marzo de 1821, en el Sub-Inspector General del Ejército Brigadier don Gabino Gaínza, quien hacía poco tiempo había llegado con procedencia de la Intendencia de Quito.

 

El plan de Iguala, que como dejamos consignado combinaba sabiamente los intereses de los monarquistas, del clero, los independentistas, los militares y de la clase alta de la sociedad, circuló sin cortapizas por las provincias del vecino Reino de Guatemala: ¡Nadie podía contener el caudaloso torrente de la liberación de América Hispánica!.

 

El plan de las Tres Garantías fue acogido fervientemente en Comitán, Ciudad Real y Tuxtla, importantes ciudades de la Provincia de Chiapas en el Reino de Guatemala, cuyos ayuntamientos proclamaron en agosto y septiembre de 1821 su emancipación política de España y su incorporación ipso facto al Imperio Mexicano, invitando a las demás ciudades de dicho reino a que procedieran en idéntica forma.

 

3. Proclamación de la Soberanía Nacional.

 

El 15 de septiembre de 1821, como un justo premio al heroísmo y al sacrificio, el denuedo y al estoicismo principalmente del pueblo salvadoreño y de sus más preclaros varones, en el Palacio de los Capitanes Generales de la nueva Guatemala de la Asunción, se proclamó la independencia absoluta del Reino con respecto al gobierno español (Acuerdo 1o.), "Sin restricción a plan alguno, ni compromiso anterior" como señalara acertadamente el Canónigo Presbítero don Marcial Zabadua, conforme a unánime parecer de conservadores y liberales.

 

En esa misma fecha y por no haber consenso abrumador se transfirió a un futuro Congreso Nacional que debería reunirse el 1° de marzo de 1822 la potestad de decidir:

 

a) Si este nuevo Estado Americano segregado de España quedaba incorporado y fusionado al Imperio Mexicano; y

 

b) Si por el contrario, constituiría por si solo un Estado soberano, en cuyo caso sólo dicho Congreso Nacional (Asamblea Nacional Constituyente) era competente para fijar la forma de gobierno (monarquía moderada o absoluta, bien República unitaria, federada o confederada) y emitir la correspondiente Ley Fundamental.

 

Entre tanto, se estipuló que no hubiese "novedad en las autoridades establecidas y que éstas (tanto civiles como militares y eclesiásticas) sigan ejerciendo sus atribuciones respectivas con arreglo a la Constitución (de 1812), Decretos y leyes" (Acuerdo 7o.).

 

Asimismo, se dispuso que el Gobierno Superior Político Militar fuera ejercido, como hasta entonces, por el Brigadier don Gabino Gaínza, asesorado por una Junta Provisional Consultiva (Acuerdo 8o); y que "el juramento de independencia y fidelidad al Gobierno americano que se establezca" (Acuerdo 14o) lo debería prestar también los "Jefes políticos y militares" y " Tropas de las respectivas guarniciones" en todo el Reino (Acuerdo 15o).

 

De tal suerte, que en virtud del Acta memorable del 15 de septiembre de 1821, las Fuerzas Armadas de la derrumbada monarquía española se erigieron en las Fuerzas Armadas de un nuevo Estado soberano, que aun no había precisado su ser político, pero que estaba firmemente decidido por la independencia.

 

Así, se subrayaba uno de los capítulos mas hermosos de nuestra historia, pues como manifestó en notable discurso de circunstancias el sabio Presbítero, Doctor y Canónigo don José María Castilla: "Guatemala (Centro América) ha visto nacer su libertad, sin que su cuna fuese manchada con una gota de sangre; se ha hecho libre, sin que hayan llegado a sus oídos lamentos de víctimas; y pronunció su independencia sin los descalabros de los combates.

 

El carro de la guerra no ha surcado sus campos; el incendio no ha tocado sus hogares; la desvastación y la muerte no han sorprendido nuestros sueños".

 

4. Júbilo de los salvadoreños.

 

El Brigadier Gabino Gaínza, ascendido a Capitán General por el torrente revolucionario, en su concepto de Jefe de la Junta Provisional Consultiva hizo circular el Acta del 15 de Septiembre de 1821 y una proclama suya a los demás ayuntamientos del Reino de Guatemala.

 

En San Salvador, esos celebérrimos documentos fueron recibidos el 21 de septiembre de 1821 y a las nueve y media de la noche de dicho día el Intendente Jefe Político accidental Doctor Pedro Barriere y el Alcalde 1°. Constitucional don Casimiro García Valdeavellano dispusieron convocar al pueblo con "repiques de campanas, música y fuegos artificiales" a todos los individuos del Ayuntamiento de San Salvador, "a los jefes militares", al señor Cura Rector y Vicario Bachiller Crisanto Salazar, a los frailes de las órdenes monásticas y autoridades civiles, así como a "los vecinos principales de todas clases".

 

Después de cantarse un Te Deum Laudamus en la Iglesia Parroquial de San Salvador, que ocupaba el predio donde hoy se yergue la Iglesia del Rosario, y de recibir y aclamar el Acta del 15 de septiembre de 1821 "como monumento sagrado de nuestra libertad", autoridades y vecinos concurrieron a las Casas Consistoriales donde a pedimento y exigencias del pueblo el Alcalde 1° Constitucional Casimiro García Valdeavellano recibió del Intendente Jefe Político Doctor Pedro Barriere, que presidía al acto como máxima autoridad provincial, "el juramento debido para poder funcionar; y en efecto - dice al Acta respectiva -, lo hizo solemnemente por Dios Nuestro Señor, la Santa Cruz y los Santos Evangelios de guardar y hacer guardar la independencia, ser fiel a la monarquía americana que se establezca, y a las que se sancionen".

 

En los días 29 y 30 del propio mes de septiembre prestaron el juramento las autoridades y los vecinos de San Salvador, y en esta última fecha - dice un documento de la época- "el Coronel Comandante de las armas, Don José Rossi lo prestó en iguales términos (acoto: el juramento), al frente y en presencia de numeroso concurso para pasar a recibirlo de las tropas que estaba formada y concurrió a la solemnidad del acto".

 

La Fuerza Armada colonial, que operaba en la Intendencia de San Salvador se convertiría en el protoplasma de la Fuerza Armada Salvadoreña, la cual sería sometida a los avatares de la política y a cambios estructurales marcados por los sucesos revolucionarios definitorios de nuestra nación.

 

5. La Diputación Provincial.

 

Deseando los sansalvadoreños establecer una Diputación Provincial Consultiva conoció de tres documentos importantes: una consulta del Intendente Interino Doctor Pedro Barriere, un parte del Comandante de las Armas Coronel José Rossi y un oficio de don Miguel Delgado, todos relativos a los sucesos acaecidos en San Salvador el 30 de septiembre al 4 de octubre del 1821.

 

Según consta en el Acta de la sesión de ese día, el gobierno provisional, después de estudiar el caso, dispuso: "que el señor don José Matías Delgado, en quien concurren las circunstancias más aparentes para el caso, fuese a San Salvador con amplias facultades, y procediese en todo, según la presencia de cosas, y en los términos que le dicte su prudencia, pudiendo reasumir el mando político, en lo que estimase necesario; y que en lo militar, pueda igualmente obrar con las mismas facultades".

 

El Doctor Delgado, en el acto mismo de aceptar la delicada comisión, propuso que en lugar del realista Coronel José Rossi se nombrara como nuevo Comandante de Armas de San Salvador "el Teniente de Batallón (del) Fijo de esta ciudad (de Guatemala) don Justo Milla".

 

En la misma sesión e inmediatamente después de dicho acuerdo, la Junta Provisional Consultiva concedió audiencia al Doctor Pedro Molina y a don Francisco Xavier Barrutia, apoderados de los señores Manuel José Arce y Juan Manuel Rodríguez, quienes expresaron, que "por el interés general que resultaba de afianzar el sistema de Independencia amenazado por hombres serviles y enemigos de él, pedían se tomase providencia para que desde luego se pusiese en libertad a sus poderdantes, y se procediese contra los que habían manifestado tanto servilismo; que se depusiese del mando al Intendente (acoto: Doctor Pedro Barriere) y (al) Comandante de las Armas (acoto: Coronel José Rossi), y se nombrase en esta ciudad (acoto: San Salvador) personal de toda confianza y decidido patriotismo para que fuese a gobernar dicha ciudad; ofreciendo además, cien patriotas manteniéndose de su propio peculio para que fuesen por vía de auxilio".

 

El Intendente inmortal José Matías Delgado aceptó el reto de la historia y se dirigió de Guatemala a San Salvador, vía Jutiapa Santa Ana, decidido a desempeñar un brillante rol en los destinos de su provincia natal.

 

6. ¡Abajo el despotismo!.

 

En Yupiltepeque, el Doctor José Matías Delgado topó a la escolta que conducía "a los reos" perínclitos; los puso inmediatamente en libertad y como parte de su séquito, ingresó con ellos a la ciudad de San Salvador, después de salvar la Cuesta del Atajo, el pueblo de Mejicanos y la Casa de Esquivel.

 

Todos fueron recibidos con júbilo popular y sobre todo "el padre Matías", ausente desde 1813.

 

Tres cuestiones capitales se presentaron al celo y diligencia del nuevo Intendente Jefe Político:

 

1°. La instalación de la Diputación Provincial en San Salvador;

 

2°. La disolución del Cuerpo de Voluntarios, que habían exigido los próceres sansalvadoreños desde 1813; y

 

3°. La organización de una Fuerza Armada, es decir, de una falange de la libertad capaz de defender los fueros de la Intendencia contra cualquiera futura perturbación política.

 

Así, el odioso Cuerpo de Voluntarios bajo la jefatura del Capitán don José Guillermo Castro fue totalmente desintegrado y depuestos de los Altos Mandos el Comandante de las Armas (Coronel José Rossi) y el Comandante de Banderas señor Teniente Veterano Argote.

 

El 27 de noviembre de 1821, una vez practicadas las elecciones, quedó instalada la Diputación Provincial de San Salvador, compuesta por el Doctor e Intendente José Matías Delgado y los señores Manuel José Arce, Juan Manuel Rodríguez, Leandro Fagoaga, Miguel José de Castro y Lara, Juan Farnós y Presbítero Basilio Zeceña, como vocales.

 

En una exposición ulterior dirigida al Brigadier Vicente Filísola por los realistas sansalvadoreños residentes en Guatemala, la cual fue fechada el 17 de mayo de 1822, se rememora la llegada del Doctor Delgado a su nativa ciudad en los siguientes términos: "Con su entrada en la ciudad, llegó todo a lo sumo, porque revestido de toda la autoridad como Jefe Político, Intendente, Comandante General de las Armas, (se hizo) recibir con el aparato de un Capitán General".

 

San Salvador, cuna del liberalismo, se iba a convertir en el centro dinamizador de la emancipación política y del principio de la Independencia general y absoluta.

 

El ilustre Licenciado José Venancio López, quien en mala hora abrazó la causa del imperio iturbidista, en escrito fechado en la ciudad de Guatemala el 24 de febrero de 1822 hace clara alusión el cambio de circunstancias en San Salvador a raíz del nombramiento de su líder máximo como Intendente Jefe Político y de los poderes cuasi omnímodos que recibió para apaciguar a la ciudad rebelde.

 

"Convencido sin duda" el partido liberal republicano -dice- que en esta capital (acoto: la ciudad de Guatemala) no podrá lograr o por lo menos que era muy lenta y vacilante su conquista, dirigió sus primeras miras a la Provincia de San Salvador, única de todas, en que podía trabajar con algún éxito por la predisposición de sus vecinos (acoto: a la libertad).

 

Para acalorarlos pasaron emisarios de los más exaltados y turbulentos, y por un efecto de suma desgracia (acoto: para los realistas o imperialistas) se destinó al mando de la misma al Padre José Matías Delgado.

 

Este buen eclesiástico, hombre inquieto y bien conocido ya de los republicanos con quienes estaba en perfecta unión en esta capital, se creyó a propósito para sosegar algunas inquietudes en San Salvador, por el influjo que tenía como natural de ella en su vecindario, pero ha surtido todo el efecto contrario (acoto: Delgado se erigió como el más opositor a los imperialistas).

 

Dominado de una ambición insaciable, entregado de todo a los republicanos, comenzó desde luego a desplegar sus ideas peligrosas, a dar las pruebas más inequívocas de ser el principal motor de todos los males, y de la emigración de multitudes de familias (acoto: imperialistas) que con abandono de sus intereses, han salido precipitadamente de la ciudad capital de San Salvador.

 

Ella es por decirlo así, el foco, el centro de la rebelión y del desorden.

 

Ella es en una palabra, el áncora de las esperanzas de los republicanos".

 

En verdad, difícilmente puede hallarse en la documentación histórica de la época ¡un homenaje más hermoso a San Salvador y al líder máximo de la revolución emancipadora y republicana!.

 

Años más tarde, el prócer, literato y orador parlamentario guatemalteco don José Francisco Barrundia, escribió dirigiéndose a los salvadoreños: "Yo no le temo, yo apelo a vuestros principios, a vuestros hechos y a vuestra noble firmeza en la escuela de la guerra y en la carrera de la revolución. ¡Oh salvadoreños! vosotros sabéis lo que es la Patria y la Independencia, sentís en vuestros corazones la libertad republicana".

 

 

ANEXIÓN AL IMPERIO MEXICANO

 

1. El gran compromiso.

 

En la Junta de Notables celebrada en la ciudad de Guatemala el 15 de septiembre de 1821, el Doctor José Matías Delgado había sintetizado magistralmente el contenido y destino de las luchas emancipadoras iniciadas en San Salvador el 5 de noviembre de 1811.

 

"No queremos -dijo- dependencia de España ni unión a México. Independencia absoluta queremos".

 

Sin embargo, con el fin de no imponer un criterio político sino que los pueblos decidieran libremente y mediante el juicio de sus representantes respecto a sí el Reino de Guatemala se incorporaría a México o constituiría por sí mismo un estado separado, se dispuso convocar a un Congreso Nacional a reunirse en la capital del reino el 1° de marzo de 1822, como único organismo con plenos poderes o facultades para pronunciarse sobre este importante asunto.

 

En su "Manifiesto", del 15 de septiembre de 1821, el Presidente de la Junta Provisional Consultiva Brigadier Gabino Gaínza recordó: que en la Junta de Notables de ese día, cuando se indicó al pueblo congregado en el Palacio de los Capitanes Generales de Guatemala que "la institución del nuevo Gobierno y sanción de la ley fundamental deben ser obra de los representantes de los pueblos, las vivas fueron señal indudable de la voluntad general".

 

El Brigadier Gabino Gaínza, felón de España pero aún traidor a Centro América, manifestó sin equívocos que el Acta de 1821 debía mirarse " Como el preliminar de la Carta Grande que debe asegurar nuestros derechos" y eufórico espetó: "¡Que vengan a esta capital sus Diputados o Representantes, que manifiestan a la faz del mundo la voluntad de sus Provincias; que designen la forma de Gobierno y decreten la Constitución Política que os ha de elevar a la felicidad a que os llama la posición geográfica de vuestro suelo".

 

En un oficio dirigido a las Diputaciones Provinciales de Comayagua y León el 22 de octubre de 1821, el Brigadier Gabino Gaínza expresa: "Es verdad que en ella (el Acta de Independencia) no se hace mención alguna del plan del señor (Agustín) Iturbide, porque se ha reservado al futuro congreso la deliberación importantísima de si estas provincias deban formar un Estado separado, o agregarse al imperio mexicano".

 

"Sean los mismos pueblos - reafirma enfáticamente Gaínza- quienes por medio de sus legítimos representantes elijan el partido que les parezca más adecuado al goce de la felicidad a que aspiran; reúnase en Guatemala, como centro de unidad, un congreso facultado con poderes amplios para deliberar sobre la suerte futura de estas provincias. Unanse los mejores talentos y con presencia de las circunstancias acuerdan lo mas útil y benéfico. He aquí el verdadero sentido del Acta de 15 de septiembre".

 

Esta misma tesis fue expuesta por la Junta Provisional Consultiva de Guatemala a la Diputación Provincial de Comayagua, en oficio del 8 de noviembre de 1821 suscrito por el Brigadier Gabino Gaínza:

 

"Pero esta cuestión (la incorporación al Imperio Mexicano), de interés tan grande para las Provincias -decía- no puede ser decidida por esta Excelentísima Diputación Provincial, ni por Corporación alguna de cuantas existen constituidas. Los funcionarios no tienen otras facultades, que las que les da la ley, y la ley no nos ha facultado, para decidir si estas provincias deben serlo de México. Los Ayuntamientos tampoco tienen otra autoridad, que aquellas que les han dado los pueblos electorales; estos los eligieron para tratar las atribuciones que designa la Constitución, y en ella no se ve, la de resolver aquel punto".

 

"La voluntad general de los pueblos, es la que debe determinarlo; y esta voluntad sólo debe expresarse, por un Congreso formado de Diputados elegidos por los mismos pueblos, para decidir si todos ellos deben ser Provincias de la Nueva España (México).

 

Gaínza y la aristocracia del Reino recientemente emancipado de España olvidarían muy pronto estas verdades e inclinarían dócilmente la cerviz ante el sol resplandeciente de un Imperio.

 

Abjurarían del gran pacto, romperían el orden social y lanzarían a los pueblos a una guerra en que iban a oponerse contra el Imperio la República, la Aristocracia ante la Democracia y la Desigualdad contra la Igualdad, un conflicto en que, los Gobiernos de las ciudades de Guatemala y San Salvador constituirían los polos opuestos en la tremenda lucha ideológica y armada que culminó con la independencia general y absoluta, gracias a la gesta de los salvadoreños y de su máximo líder el Doctor José Matías Delgado.

 

Los actos subsiguientes a aquellos manifiestos y oficios realizados por Gaínza - dijeron nuestros próceres- probarían "a un mismo tiempo el servilismo y cobardía de este (miserable) jefe".

 

2. Repugnante Felonía.

 

El 18 de septiembre de 1821 el Brigadier Gabino Gaínza había comunicado al Brigadier Agustín Iturbide, que el día 15 anterior, "acorde con la voluntad general mandé que se proclamase, con toda la posible solemnidad, la Independencia deseada del Gobierno Español; y en medio de las tareas consiguientes al tránsito de un gobierno a otro, vuestras excelencia ha sido uno de los principales objetos de mi atención y la de Guatemala".

 

Ni lerdo ni perezoso, como leyendo entre líneas, con fecha 1° de octubre de 1821 Iturbide se dirigió a Gaínza manifestándole que tan pronto consolidó la independencia de la Nueva España volvió "los ojos a la ilustrada y bella Guatemala, conoció la necesidad de asociarla a su gloria y llamarla a la participación de la dicha que va a ser indefectiblemente el resultado de la Independencia".

 

Luego, agregó, que los "mutuos intereses (de la Nueva España y Guatemala) exigen su reunión bajo el plan general que se adopte de común acuerdo en las Cortes o Estados Generales que muy en breve deberán congregarse en la capital del Imperio (ciudad de México)"; y que esta comunicación "no tiene por objeto los amagos de una conquista cuyas ideas están por fortuna desterradas del mundo culto, sino ofrecer a ese hermano Reino la alianza más sincera con el Imperio Mexicano".

 

El 9 de octubre siguiente el prócer guatemalteco doctor Pedro Molina advertía: "¡Provincias de Guatemala!. Ved en los Estados Unidos (de América) el modelo de un gobierno libre, y la égida de vuestra independencia absoluta. Ellos vendrán a vuestro socorro si la ambición de un Imperio inmediato intentase arrebatarnos nuestra libertad, y hacernos provincias de un monarca mexicano.

 

Nosotros tenemos su voto y el de las repúblicas del Sur, nuestras hermanas Colombia, Chile y Buenos Aires saben el precio de la libertad, saben que las monarquías no son compatibles, ni con las luces, ni con los sentimientos, ni con circunstancia alguna de los pueblos americanos.

 

Saben marchar al frente de Escuadras y Ejércitos formidables para romper los grillos de la América, y sabrán en su caso prestar su fuerza victoriosa a nuestra república, y protegerla contra un emperador español".

 

"El plan del Sr. Iturbide (es decir, el Plan de Iguala o de las Tres Garantías) va atrasado doce años en nuestra marcha política. Congreguémonos nosotros en el seno de la paz; démonos la ley fundamental que conviene a nuestro siglo, y mostrémonos al mundo a la par de las repúblicas del Sur.

 

El Imperio (Mexicano) podrá ser grande, rico y fastuoso; y nuestras Provincias Unidas serán pobres y pequeñas desde luego, pero grandes en libertad y legislación, (y) ellas darán en pocos años un nuevo ejemplo al universo de la prosperidad y valor de un pueblo libre".

 

3. En brazos de la ignominia.

 

El 19 de octubre de 1821, el Brigadier Agustín Iturbide, en comunicado oficial al Brigadier Gabino Gaínza, fijó mas claramente su pensamiento político en torno a la eventual anexión del Reino de Guatemala al Imperio Mexicano.

 

En efecto: él considera en dicho documento que la ciudad de México, como capital del imperio, es "el centro común que debe reunir todas las partes de este vasto continente, para su mutua defensa y protección".

 

"El interés actual de México y Guatemala es tan idéntico e indivisible -sentencia- que no pueden erigirse en naciones separadas e independientes sin aventurar su existencia y seguridad".

 

"Nuestra unión cimentada en los principios del plan de Iguala o de las Tres Garantías asegura a los pueblos el goce imperturbable de su libertad y los pone a cubierto de las tentativas de los extranjeros".

 

Insistiendo, en su odio a la democracia representativa, el infortunado Brigadier del Imperio indica que el "carácter social" de los "establecimientos puramente democráticos... es la inestabilidad y vacilancia, que impiden la formación de la opinión, y tienen en perpetuo movimiento todas las pasiones destructoras del orden"; y que hay que tener sumo cuidado al "pasar el cuerpo político de la excesiva rigidez a la absoluta relajación de todas sus partes", poniendo coto a "la manía de las innovaciones republicanas".

 

"Si aspiramos al establecimiento de una monarquía, es porque la naturaleza y la política nos indican esta forma de gobierno en la extensión inmensa de nuestro territorio, en la desigualdad enorme de fortunas, en el atraso de las costumbres, en las varias clases de población, y en los vicios de la depravación, identificada con el carácter de nuestro siglo".

 

El grandioso espectáculo del Imperio Mexicano, "a cuyo nombre están vinculadas las ideas de grandeza y opulencia" - agregaba Iturbide- "perdería gran parte de su influencia si no recibiera toda la extensión en el vasto continente del septentrión, en que está comprendido ese Reino (de Guatemala) cuyos límites se confunden con los nuestros, como si la naturaleza hubiese destinado expresamente ambas porciones para formar un solo poderoso Estado".

 

Para terminar su largo oficio, al futuro y bastardo Emperador de México anuncia al pusilánime y versátil Brigadier Gaínza, "que ha marchado ya y debe en breve tocar en la frontera una división numerosa y bien disciplinada que llevando por divisa: Religión, Independencia y Unión... reducirá su misión a proteger con las armas los proyectos saludables de los amantes de su patria".

 

El anuncio de que una columna imperial mexicana de 600 piezas, marcharía de Oaxaca a Guatemala, vía Chiapas, y a las órdenes nada menos que del Coronel Antonio Flon, Conde de la Cadena, para proteger con sus armas "los proyectos saludables de los amantes de la Patria" que así llamaba el Brigadier Agustín Iturbide a los aristócratas imperialistas, fue el toque maestro para que los enemigos de la libertad e independencia, para que los adoradores de las testas coronadas en el Reino de Guatemala, comenzaran a maquinar.

 

El envío de tropas de ocupación a un Estado libre y contra un pueblo que no había decidido su destino a favor del Imperio Mexicano constituía una ignominia; pero tal era la euforia que nadie advirtió, que el Brigadier Iturbide jamás estaría a la altura de Bolívar, el Libertador.

 

El caraqueño universal espetaría: "No es el despotismo militar el que puede hacer la felicidad de un pueblo. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria".

 

4. Respetar la majestad de la ley.

 

El 30 de noviembre de 1821 el Brigadier Gabino Gaínza y la aristocracia empolillada de provincia, seguros de la próxima llegada de las fuerzas imperiales de ocupación, renegaron jubilosamente del Acta de Independencia de 1821 y perpetraron en los fastos nacionales la primera traición a la Patria, la primera violación a su status jurídico, el primer desacato a su Ley Fundamental o constitutiva.

 

Ese día, de ingrata memoria para los libres, cayó sobre lo que más tarde sería Centro América la sombra de la ignominia y el deshonor nacional. En espuria circular a los ayuntamientos del Reino de Guatemala el Brigadier Gabino Gaínza expresó:

 

"He reconocido que no tiene (la Junta Provisional Consultiva de Guatemala) facultad para decidir la Independencia (de Centro América) con respecto del Imperio Mexicano o la unión a él mismo; que no ha consultado la una, ni repugnado la otra; que la voluntad de los pueblos manifestada por medio de sus representantes es la que podría resolver este punto; que las circunstancias no permiten esperar la reunión de los Diputados a cuya elección fueron invitados, y que en tal caso los Ayuntamientos elegidos por los pueblos, podían en Consejo abierto expresar la opinión de éstos".

 

¡Era la puñalada monarquista asestada en el corazón de la Patria!

 

¡Era uncir el Reino de Guatemala, de hecho y no de derecho, al carro victorioso del Imperio Mexicano! ¡Era, en fin, aceptar a discreción la servidumbre, el nuevo vasallaje, la indigna dependencia!.

 

El traidor Gaínza y sus secuaces ni siquiera recordaron estas palabras del Brigadier Agustín Iturbide, pronunciadas cuando penetró y tomó la plaza de México: "Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca señalar el de ser felices; se reunirán las Cortes (Cámaras Legislativas); se sancionarán las leyes que deben hacernos felices; completad en el Soberano Congreso la grande obra que empecé; y dejadme que vuelva al seno de mi tierra y amada familia".

 

Con una actividad digna de mejor causa, los Ayuntamientos del Reino de Guatemala dominados por la aristocracia; es decir, por los notables y el clero, se fueron pronunciando sin tener facultades para ello, en favor de la anexión incondicional al Imperio del Anáhuac, porque, como dirían nuestros próceres, "la unión a México bajo el Plan de Iguala... fue como una trinchera a que se acogieron los enemigos de la Independencia".

 

La Diputación Provincial de San Salvador, que al instalarse había jurado ser fiel al gran pacto del 15 de septiembre de 1821, no recibió el oficio del 30 de noviembre de dicho año.

 

No obstante, en sesión de 12 de diciembre siguiente, acordó rehusar el contenido del mismo "como contrario abiertamente al pacto y juramento con que se convinieron los pueblos al dejar el antiguo Gobierno español, al entrar en su independencia, al reconocer provisionalmente al Gobierno que debía regirlos (la Junta Provisional Consultiva de Guatemala), y el único órgano (el Congreso Nacional) que debía formar su Constitución y Ley Fundamental, y también por las funestas y graves consecuencias que (dicho oficio) puede producir".

 

Luego, la Diputación Provincial de San Salvador bajo la presidencia del Doctor José Matías Delgado, hizo ver "el peligroso estado de anarquía a que pueden venir los pueblos: lo uno, porque faltos de instrucción en materia tan delicada se ha dejado al discernimiento de los Ayuntamientos el partido que han de tomar; y lo otro, que es más sensible y funesto, que rompiéndose por el Gobierno el vínculo social que antes lo unía con los pueblos, los ha expuesto a la separación de él, y a la división entre unos y otros".

 

El 14 de diciembre de 1821, la Diputación Provincial de San Salvador enviaba un oficio a la Junta Provisional Consultiva de Guatemala, en el cual trataba, según sus propias palabras, "el punto más arduo y espinoso que se ha presentado en toda la época de nuestra revolución".

 

Los pueblos, decían nuestros mayores "se hallan en el peligroso estado de venir a una funesta anarquía, a consecuencia de la extraordinaria novedad con que se les ha sorprendido, mandando que los Ayuntamientos, en concejos abiertos, decidan sobre la adhesión a México cuando trataban de elegir sus Diputados para el Congreso que debe reunirse en esa ciudad (de Guatemala)", con base en el Acuerdo 2°. del Acta de 15 de septiembre anterior.

 

Los Ayuntamientos, según los próceres sansalvadoreños, no estaban en capacidad "de calcular las ventajas o perjuicios... en la unión o desunión a México" y, por lo tanto, "su resolución debe ser obra de la intriga o de la ignorancia".

 

Además, sus facultades "están limitadas a las atribuciones que les designa la Constitución... y ni en concejo pleno ni privado, tienen autoridad para tratar de una materia que necesita poder especial".

 

Por otra parte, no se podía derogar, así no más, "el pacto que con juramento han celebrado (los pueblos), de que el Congreso de sus Diputados, es el único órgano por el cual expresarán su voluntad en la materia (unión o no a México)".

 

"Como en los pactos - concluían los patricios de San Salvador -, las condiciones ligan mutuamente a las partes que los estipulan, es de eterna verdad, que cuando el Gobierno rompe lo que los une a los pueblos, pone a éstos en estado de no reconocerle y de constituir otras autoridades que los dirijan".

 

Así ha procedido la Junta Provisional Consultiva de Guatemala, especificaban, al derogar el Acuerdo 2°. del Acta de Independencia y por eso "son de temerse los tristes resultados que pueda dar semejante medida".

 

En igual fecha, la Diputación Provincial de San Salvador " como instalada bajo el Pacto, y juramento contenidos en el Acta de 15 de septiembre de este año", dirigió una larga y enjundiosa exposición al Capitán General Brigadier Gabino Gaínza, condenando la circular de 30 de noviembre anterior girada por este alto funcionario, pues "ha puesto a disposición del oscuro discernimiento de la mayor parte de los Ayuntamientos la resolución del negocio más delicado, más grave y más trascendental que ha ocurrido en toda la época de nuestra revolución".

 

Con toda verdad y energía, dijeron nuestros próceres en ese memorable documento: "Cuando el pueblo de Guatemala dejó el antiguo Gobierno español, entró en su independencia, y reconoció provisionalmente las autoridades existentes, se reservó al mismo tiempo el derecho imprescriptible que tiene de formar él la Ley Fundamental que se le ha de exigir; y dijo que sus Representantes reunidos en Congreso con los demás de las Provincias, serían el único órgano que el efecto expresase su voluntad.

 

Vuestra Excelencia oyó estos votos, se convino con ellos, los juró, los hizo circular por todas partes para que con las mismas formalidades y con igual solemnidad fuesen adoptados. No titubearon las Provincias que se unieron a Guatemala y sin condición alguna hicieron los propios votos de que ha resultado el pacto que hay entre los pueblos unidos, en el Gobierno reconocido".

 

"Para que aquel pacto pueda alterarse, era menester que los mismos pueblos que se ligaron con él espontáneo y generalmente, consintieran en las alteraciones; y aun cuando éstas se diga que son para provecho de ellos, no pueden ser ordenadas (como ha hecho ilegalmente Gaínza), antes que sean consentidas por los que han formado el pacto.”

 

“Al contrario, Excelentísimo Señor, es a juicio de la Diputación (Provincial de San Salvador), abiertamente opuesto a las leyes que arreglan la subsistencia y poder de las instituciones sociales, ya sean permanentes ya accidentales; y es conducir a los pueblos al desgraciado y funesto estado de la anarquía, y a los estragos de la guerra civil".

 

5. Atisbos de la Guerra Civil.

 

Y, como avisorando el futuro próximo, nuestros antepasados advirtieron al Capitán General: "Merced al carácter dulce de los americanos, es que no estamos ya, con las armas en las manos, sosteniendo unos la agregación al Imperio, y otros los juramentos que han prestado. ¿Pero, quién puede asegurar, que si esto no ha sucedido hoy, no sucederá mañana?".

 

Finalmente, pidieron a Gaínza "sea muy servido mandar a recoger la circular de 30 de noviembre y que los pueblos procedan inmediatamente a la elección de los Diputados para el Congreso de Guatemala, conforme al pacto con que pasaron del Gobierno Español, al provincial que actualmente rige; y así, sin duda, se evitarán las desgracias que son consiguientes a la anarquía.

 

El 18 de diciembre de 1821, en cabildo abierto, el Ayuntamiento de San Salvador se pronunció sobre el atentatorio oficio del 30 de noviembre anterior, y al respecto "acordó expresar al Excelentísimo señor Capitán General que no reconoce en S(u) E(xcelencia) ni en ninguna Autoridad de cuantas existen constituidas, la que se necesita para derogar el Art. 2°. del Acta mencionada de 15 de septiembre".

 

El 25 de diciembre de 1821 los patricios de San Salvador expresaban a las Diputaciones Provinciales de Comayagua (Honduras) y de León (Nicaragua), la conveniencia de la unión de estas tres entidades político- administrativas para evitar males futuros, de los cuales uno sería que estas provincias fueran "entregadas por Guatemala sin condición alguna" al Imperio Mexicano.

 

La guerra civil se perfilaba nítida en el porvenir de la Patria San Salvador se mantendría fiel a los pactos y a su juramento, fiel a la república y a la democracia.

 

Nada ni nadie haría vacilar la firmeza de sus convicciones políticas y estaba decidida a sostener, con las armas en las manos, sus ideales de regeneración social, mientras los "falsos creyentes" en un espurio Imperio - como apuntaron los comisionados constituyentes de 1823- "clamaban contra los republicanos caracterizándolos de herejes y francmasones".

 

El 29 de diciembre de 1821, el Brigadier Gabino Gaínza informaba al Generalísimo Almirante Agustín Iturbide, que ya había consultado la opinión de los pueblos del Reino de Guatemala sobre su incorporación al Imperio Mexicano y que "ningún asunto podía presentarse más digno de... (la Junta Provisional Consultiva), que la unión de Guatemala a un imperio poderoso que le promete tropas y dinero en caso de ser invadida”.

 

“Es grande este bien para pueblos que pasando de un Gobierno a otro pueden ser atacados por agresiones injustas. La unión es la fuerza de los hombres; y la América libre, unida desde Texas hasta Panamá, por el lazo de un solo Gobierno, presentaría el respeto al mundo, un Estado que sólo el sistema colonial o el espíritu de conquista puede ofrecer igual o de mayor extensión".

 

Llegó, por fin, el día en que se consumaría la gran traición a la Patria.

 

El 5 de enero de 1822, excediéndose a sus facultades y en abierta violación al Acta de 15 de septiembre de 1821, la Junta Provisional Consultiva decretó la incorporación del Reino de Guatemala al Imperio Mexicano, pues "se halló: que la voluntad manifestada llanamente por la unión, excedía de la mayoría absoluta de la población reunida a este Gobierno".

 

Colocadas, por una parte, las armas de las provincias del Reino de Guatemala en manos de los enemigos de la Independencia y de la República, de los serviles adoradores de la monarquía y el poder absoluto; y por otra parte, ultrajados el pacto y juramento de los pueblos y amañados los votos de los ayuntamientos, pudo el futuro opresor de México, con la complicidad del dócil y cobarde Gaínza y por uno de esos sesgos inesperados de la veleidosa historia, fijar los límites del Imperio hasta el istmo de Panamá.

 

Así quedaron frente a frente, el criollo Agustín Iturbide que no pudo escuchar el apotegma del Libertador: "No hay poder más difícil de mantener que el de un príncipe nuevo"; y el criollo Simón Bolívar en su serena grandeza, clamando que no se podían fundar monarquías en América, según sus propias palabras, "en un suelo incendiado con las brillantes llamas de la libertad".

 

 

GUERRA CONTRA EL IMPERIO

 

1. Emancipación de San Salvador:

 

El 7 de enero de 1822 el Capitán General Gabino Gaínza circuló ofició a la Diputación Provincial de San Salvador, dándole noticia de los recientes acontecimientos políticos y trascribiéndole el acta ignominiosa contentiva de la anexión ilegal del Reino de Guatemala al Imperio del Anahuac, incorporación acordada dos días antes por la Junta Provisional Consultiva.

 

Aun cuando el Héroe de Iguala, mediante la felonía de Gaínza, hizo de las provincias del antiguo Reino de Guatemala "un trofeo de más a su necia y orgullosa presunción", de acuerdo al juicio crítico del presbítero Marcial Zabadúa, el gobierno provincial de San Salvador, observando que tal proceder del gobierno de Guatemala se había producido "contrariando el pacto y juramento del día 15 de septiembre" de 1821; y que, en cambio, la manera de actuar de esta provincia se contraía únicamente a ser "religioso y firme a los vínculos y juramentos con que dejó el Gobierno español y a reunir sus diputados para que decidan conforme a la ley de la suerte" de la misma, acordó el 11 de enero de dicho año: "Cuarto: que siendo la conducta del Gobierno de Guatemala, desde el 30 de noviembre próximo pasado, opuesta abiertamente a la cordura con que esta Provincia ha procedido, se separa totalmente de él, reservándose para que en paz y tranquilidad se una a México, si así lo dispusiere el Congreso, y se una por sí misma con las condiciones y decoro de un pueblo libre, sin permitir ser ofrenda y medio de negociaciones particulares".

 

Ese mismo día, se reunieron en las Casas Consistoriales, el Intendente Jefe Político Dr. José Matías Delgado, los señores que integraban el Ayuntamiento y la Diputación Provincial, así como el pueblo soberano en competente número; y observando, por una parte, que el 5 de enero de 1822 el gobierno central de Guatemala "se excedió de las facultades que le habían conferido los pueblos que lo constituyeron, entregándolos al imperio contra el pacto celebrado en el acta de 15 de septiembre último en que se reservó esta decisión al Congreso Nacional; y por la otra, que "dicha acta se juró solemnemente, y que, por lo mismo, ya los pueblos no están en plenitud de sus facultades para poder por sí mismo decidirse ahora por el imperio", acordaron "protestar de nulidad" la festinada incorporación del Reino de Guatemala al Imperio Mexicano.

 

Por lo tanto, se dispuso que "habiendo cesado el Gobierno Provisional de Guatemala, en consecuencia de su unión a México, el de San Salvador lo es respecto de la provincia (un Gobierno) provisional gubernativo, a cuyo efecto la misma Excelentísima Diputación Provincial queda constituida en ese carácter, siendo Presidente de ella el señor Intendente jefe político doctor don José Matías Delgado; quedando de consiguiente, todo lo económico, político, gubernativo, militar y judicial, independiente de la antigua capital de Guatemala".

 

2. Albores del Ejército Salvadoreño:

 

En igual fecha (11 de enero de 1822) y dada la gravedad de los sucesos se nombró Comandante General de las Armas, con el grado de Coronel efectivo, al prócer Manuel José Arce y se le encomendó la ímproba tarea de organizar la Fuerza Armada de la Provincia.

 

El diría años más tarde en su celebérrima "Memoria" editada en Jalapa, México, en 1830: "Cuando Guatemala y las otras provincias que componían el antiguo reino, se pronunciaron por la unión a México, que se había erigido en Imperio, San Salvador separó del todo al que antes había pertenecido para proclamar los principios republicanos; hizo su proclamación (el 11 de enero de 1822), y yo fui encargado de sostenerla con las armas a pesar de todas las probabilidades contrarias. Estas circunstancias me condujeron a representar en el nuevo orden de cosas un papel principal".

 

Y el ex-fraile y coronel mexicano don Rafael Castillo, en 1824, recordaría que en 1822 San Salvador "encargó a Arce el mando de las armas que aceptó sin rentas en fuerza de su patriotismo".

 

La resolucion del pueblo y autoridades de San Salvador cayó como una bomba de gran poder explosivo en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales de Guatemala.

 

A partir de ese instante el pensamiento dominante del Brigadier Gabino Gaínza, del Arzobispo fray Ramón Casaus y Torres, y de toda la aristocracia imperialista, fue la de someter a sangre y fuego a la provincia rebelde que había alzado heroicamente el gonfalón de la legitimidad; pero San Salvador y su máximo líder el Doctor José Matías Delgado, hábilmente secundado por el Coronel don Manuel José Arce y otros esclarecidos varones, eran en sus resoluciones más firmes que una roca y escribirían una de las páginas inmortales en la historia del nuevo mundo independiente.

 

3. Invasión de Gaínza:

 

La aristocracia inició apresuradamente sus maquinaciones. Había que domeñar a los soberbios republicanos que osaban desafiar al grande y poderoso imperio. Su primer éxito, pero solo aparente, fue que el partido de Santa Ana en la Intendencia de San Salvador, jurase adhesión a la monarquía mexicana.

 

El traidor Gaínza quiso, entonces, desmembrarlo de su legítima jurisdicción, para lo cual ordenó al Sargento Mayor Nicolás Abos Padilla, Comandante de Armas de Sonsonate, que avanzara sobre Santa Ana y protegiera con las armas imperiales su pronunciamiento a favor de la causa Iturbidista.

 

Delgado, en vista de este movimiento o invasión del suelo sagrado de la Patria, ordenó a Arce que recuperara la plaza y persiguiera el invasor; así lo hizo, y el 12 de marzo de 1822, se libró en el llano del Espino o del Espinal al norte de Ahuachapán, el primer combate que se registró en las fastos de Centro América, y que fue el primer triunfo de la República contra el Imperio.

 

Arce, al mando de 150 soldados, derrotó a 120 hombres de Abos Padilla, obteniendo como trofeos de guerra muchos fusiles y dos piezas de artillería.

 

De esta manera, San Salvador cumplía lo que había dicho a Guatemala, en oficio del 7 de febrero anterior: "la guerra intestina comenzará entre nosotros, porque Guatemala debe estar entendida que San Salvador no reconoce por derecho a la fuerza y que sí sabe que es un derecho revelarla".

 

El tornadizo Gaínza rabió al no poder doblegar a San Salvador ni atemorizar a Delgado y compañeros con el ruido de las armas imperiales; pero no quería dejar impune aquella rebeldía, ni sin revancha aquella derrota y afrenta militares, para lo cual empezó a organizar una "Columna Imperial", de 2,000 plazas, bajo las órdenes del Coronel Manuel de Arzú.

 

Entre tanto, ordenó que el escuadrón de San Miguel marchara contra "los fanáticos republicanos de San Vicente", que se habían unido a la causa de San Salvador. Los invasores propasaron el ímpetu del río Lempa y ocuparon sin resistencia la hacienda Concepción Ramírez, donde jefes, oficiales y tropa fueron sorprendidos con un ataque riguroso el 8 de abril de 1822.

 

Los días 9 y 10 se siguió luchando encarnizadamente y los artilleros Vicentinos lograron incendiar la casa de la hacienda y obligaron a los migueleños a evacuar el teatro de la guerra. En este segundo triunfo de la República contra el Imperio salió derrotado el monarquista Julio Gómez, sirviente del marqués de Aycinena, y obtuvo la resonante victoria el ex-fraile y Coronel mexicano don Rafael Castillo, auxiliado por el Sargento Veterano don Modesto Chica.

 

El 18 de marzo anterior había marchado sobre San Salvador la "Columna Imperial", con toda la soberbia de los aristócratas, destinada, según decían, a someter sin misericordia alguna, a aquella provincia republicana y rebelde.

 

La marcha, sin embargo, fue lenta y penosa, sin vistosidad y hasta ridícula, porque el Coronel Manuel de Arzú era un jefe militar inepto y torpe.

 

A duras penas, sin comprometerse nunca a una acción bélica, logró establecer sus cuarteles generales en Quezaltepeque y Apopa, y allí permaneció más fijo que el meridiano de Greenwich.

 

Arce abrió negociaciones de paz con Arzú y el hábil Delgado, que dirigía con singular acierto la trama de la historia, se burló del jefe expedicionario haciéndole propuestas, contrapropuestas y alargando hasta no más poder las negociaciones, para dar tiempo a que se cavaran más trincheras y se fortificaran los puntos estratégicos de Milingo, cuesta del Atajo, Callejón del Diablo, Ayutuxtepeque y Mejicanos.

 

En uno de los documentos de esa época, los sansalvadoreños dijeron a los guatemaltecos imperialistas que Gaínza no debía "introducir a la Provincia una guerra desastrosa y fraticida, que debe causar males incalculables", o sea, que no debería desempeñar el papel de vil agresor de quienes no tenían más delito que ser defensores de la libertad y del Acta de Independencia.

 

Al fin se fijaron los términos, no de la paz que habían solicitado los sansalvadoreños, sino de un armisticio que éstos impusieron ante las vacilaciones e incapacidades de Arzú.

 

Gaínza los rechazó indignado y propuso en cambio condiciones imposibles de aceptar sin perder el honor y sacrificar la dignidad. La acción de las armas se tornó insoslayable.

 

El 27 de mayo de 1822, el Coronel Manuel de Arzú movilizó sus efectivos a partir de Quezaltepeque. Por una maniobra inesperada e imprevisible en aquella época, en lugar de dirigirse para penetrar en San Salvador por el rumbo Norte, cuyos puntos estratégicos estaban bien fortificados, escaló el volcán de San Salvador o Quezaltepeque al frente de 1,082 hombres de todas las armas y después de un penoso transporte de las piezas de artillería por sinuosos terrenos, sorprendió a los sansalvadoreños atacando a las 7 horas del 3 de junio de 1822 los barrios del Calvario y Santa Lucía.

 

La lucha se entabló sangrientamente. Cada hogar de San Salvador era una fortaleza. Ni la superioridad numérica del adversario ni lo inesperado del ataque por el rumbo poniente, amilanó a los defensores de la ciudad rebelde.

 

Los guatemaltecos incendiaron 29 casas y llegaron sus vanguardias hasta asaltar infructuosamente las barricadas de la plazoleta de Santo Domingo (hoy Parque Barrios). A las tres de la tarde era incierta la victoria para uno y otro bandos; el hambre, la sed, el fuego, los muertos y heridos, la desesperación, formaban cortejo entre los atacantes y los defensores; pero a esa hora el Doctor Delgado ordenó que repicaran las campanas de todo los templos y se reventaran los cohetes de vara de todos los expendios de la ciudad: los guatemaltecos estimaron que los sansalvadoreños celebraban una resonante victoria y huyeron dejando todo el tren de guerra, ¡Así se consumaba la tercera victoria de la República contra el Imperio!.

 

La retirada del Coronel Manuel de Arzú y de su tropa imperial fue de lo más vergonzoso y risible, pues, como apunta el historiador guatemalteco don Alejandro Marure, "cada uno tomó el rumbo que le pareció más seguro, llegando el desorden a tal grado, que muchos oficiales abandonaron sus monturas (cabalgaduras) para huir entre las zarzas y malezas". Así, agrega, "quedó enteramente deshecha la primera columna imperial, dejando en poder de los salvadoreños, armas, equipajes y municiones.

 

4. Repercusiones políticas:

 

El fracaso del Capitán General Gabino Gaínza en su malogrado empeño de doblegar la resistencia de San Salvador por medio de las armas, conmovió la opinión pública y el ejército imperial se convirtió en el ludibrio y hazmerreír de los republicanos.

 

En sesión de 10 de julio de 1822, se conoció en el Congreso Constituyente Mexicano un interesante dictamen de su Comisión de Relaciones Exteriores. En este documento se expresa que San Salvador "no quiere que esta unión (al Imperio Mexicano) sea un efecto de la fuerza, porque su honor y el imperio mismo se interesan en que un acto por su naturaleza libre, no se empañe con los caracteres de la tiranía, engendrando la odiosidad donde sólo debe brillar la más pura fraternidad.

 

Esta conducta, lejos de ser criminal, es consiguiente a un pueblo caracterizado por el convencimiento de sus naturales derechos".

 

Y, en seguida, propuso que: "Si para sujetar la provincia de San.Salvador se ha usado de las armas, el gobierno hará cesar al momento las hostilidades".

 

El diputado por Chiquimula don Juan de Dios Mayorga, a quien San Salvador había encomendado su causa ante las Cortes Imperiales, expresó: "Que era falso... hallarse aquellos pueblos en anarquía, y de que un clérigo (el Dr. José Matías Delgado) estaba al frente de las tropas de San Salvador".

 

Don Pedro José Lanuza, salvadoreño por nacimiento y ultraimperialista por convicción, a la sazón diputado suplente por Guatemala en el Congreso del Imperio, "declaró contra el Capitán General de Guatemala, don Gabino Gaínza, por su mala conducta en dicho empleo, la cual tiene sumamente disgustados a los habitantes de aquellas provincias".

 

Don Juan de Dios Mayorga, en el curso de los debates, manifestó "que el Imperio no tenía derecho para sujetar por la fuerza San Salvador, ni a ninguna otra provincia".

 

El Pbro. Lic. Marcial Zebadúa, por su parte, especificó que Guatemala había iniciado las hostilidades contra San Salvador, pero "que no hay derecho para usar de la fuerza contra esta provincia para someterla.

 

Ella es tan libre para expresar su voluntad, como lo fue Guatemala, y lo ha sido el Imperio mismo; y estoy persuadido, que el medio de atraerla, no es el de la violencia.

 

Desde el año 1811, y luego en el de (18)14, dio pruebas de que merece ser libre, y lo ha confirmado en la época presente.

 

El Congreso Constituyente Mexicano después de un exhaustivo análisis de la situación, decretó que: "Si para sujetar a la provincia de San Salvador, se ha usado de las armas, hará el gobierno cesar al momento las hostilidades".

 

El prócer guatemalteco don José Francisco Barrundia, uno de los padres de la República, expresó en relación a los sucesos anteriores indicados: "San Salvador había derrotado la tropa alucinada que reunió (el Capitán General don Gabino) Gaínza contra su independencia del Imperio Mexicano; había proclamado y combatido por las instituciones republicanas; y en medio de ser una provincia remota aislada y sin recursos, era el espanto del tirano (Agustín Iturbide) y sus satélites (Gaínza y la aristocracia guatemalteca) por la osadía de sus esfuerzos, y por la rápida propagación de sus principios, que obtuvieron por último en suceso más pasmoso".

 

"Marchó (el Brigadier Vicente) Filísola contra aquel pueblo (de San Salvador) -agrega- que no tenía mas crimen que sostener nuestro gran juramento del 15 de septiembre (de 1821) y rehusarse a la prostitución del Imperio.

 

Las armas gloriosas de San Salvador sostenían el pendón de la libertad e independencia; el estandarte de la República; el lábaro de la democracia representativa; y, en la gestación de la historia de la Patria Nueva, seguía configurándose el binomio epónimo de un pueblo, consciente de su propia grandeza y de sus propias glorias: José Matías Delgado - Manuel José Arce.

 

"La causa de San Salvador - escribía el 10 de agosto de 1824 el prócer guatemalteco José Francisco Barrundia -, era la de Guatemala, la de México, y la de toda América, era aplaudida por los extranjeros, y resonaba con honor por todo el mundo".

 

 

INVASION DE FILISOLA

 

1. El relevo de Gaínza:

 

Ante la imposibilidad de que el Coronel Antonio Flon, Conde de la Cadena, comandara la "Columna Mexicana" de 600 plazas destinada a proteger en el antiguo Reino de Guatemala los pronunciamientos de sus provincias y ayuntamientos en favor del Imperio, el presidente del Consejo de la Regencia Generalísimo.

 

Almirante Agustín Iturbide y Aramburo, con fecha 27 de diciembre de 1821, nombró para ese destino al condottierre Brigadier Vicente Filísola, en atención a que este jefe asalariado tenía "notoriamente acreditados sus talentos políticos y militares, no menos que su honradez y probidad".

 

En la secuencia de los acontecimientos, el 23 de enero de 1822 fue nombrado el Brigadier Gabino Gaínza como Capitán General interino de Guatemala; el 24 de febrero siguiente, se instaló en México el Congreso Constituyente del Imperio al tiempo que el Brigadier Filísola y sus tropas se hallaban ya en Tuxtla, provincia de Chiapas; y a las tres de la tarde del 19 de mayo de 1822 era proclamado a pluralidad de votos de los diputados constituyentes, como Emperador de México, el Héroe de Iguala, quien en la noche anterior lo había sido, dice don Lucas Alemán, "como lo fueron los emperadores romanos, por la sublevación del ejército y los gritos de la plebe". Así arribaba un bastardo soberano al trono del Anáhuac, "el singular hombre de los siglos", como lo llamaría el Coronel Pedro José Lanuza.

 

El Licenciado Venancio López, ilustre abogado guatemalteco con mentalidad de siervo, manifestaba a fines de febrero de 1822 que las tropas imperiales de Filísola "quisiéramos que vinieran en alas del viento". No se cumplieron los anhelos de este prominente académico con la rapidez que exigía la concurrencia de sus amos; pero el 7 de junio de ese mismo año, las fuerzas de ocupación partieron de Quezaltenango y en la tarde del día 12 penetraron en la antigua capital del reino, algo menos que 600 soldados mexicanos. "Este fue un día de luto para los patriotas - apunta el historiador Alejandro Marure -, que vieron con dolor pisado por las huestes mercenarias de un usurpador el suelo que creían destinado a la libertad". ¡La magna traición de Gaínza estaba consumada!.

 

Mientras tanto, el 29 de mayo anterior Su Majestad Imperial Agustín I de México había ordenado, que el Capitán General interino Gabino Gaínza se reconcentrara en la capital azteca y entregara "los mandos político y militar de la provincia" al Brigadier Vicente Filísola.

 

En las instrucciones que éste recibió, por intermedio del secretario del Emperador, se le decía: "Una pequeña República (San Salvador) enclavada en una Nación poderosa (Imperio Mexicano) no puede prosperar ni contar con el porvenir que asegura a sus generaciones futuras la libertad y la paz, objetos que reunieron a los hombres en sociedad".

 

Y agregaban dichas instrucciones: " Pero las cosas tienen su término, y les llega su tiempo; ya es el de que San Salvador se decida y seamos amigos o enemigos; o lo que es lo mismo, hermanos unidos por amor y conveniencia, o provincia conquistada y agregada por la fuerza: la diferencia es muy notable para poder cavilar en la elección".

 

El falaz Iturbide había cambiado de lenguaje, pues en su carta al felón Gaínza, de 1o. de octubre de 1821, dijo que su empeño en favor de la unión de México y Guatemala "no tiene por objeto los amagos de una conquista cuyas ideas están por fortuna desterradas del mundo culto"; y en su comunicación del 19 del mismo mes y años, expresó que la Columna Mexicana, "numerosa y bien disciplinada, evitará en todas las ocasiones de emplear la violencia, y solo reducirá su misión a proteger con las armas los proyectos saludables de los amantes de su Patria".

 

El 28 de junio de 1822, Gaínza depositó los altos mandos en Filísola. Su carrera política había concluido prácticamente. No supo él aprovechar la hora de su gloria y la coyuntura de su inmortalidad, ni ubicarse tampoco en el recuerdo agradecido de cinco pueblos hermanos.

 

Entró en la historia como un Libertador, y se fijó en ella como el Judas Iscariote de Centro América.

 

2. Campaña militar de Filísola:

 

El 8 de julio siguiente, Filísola lanzó un manifiesto en que calificó al bastardo Emperador de México, como "el más grande héroe que conocen los siglos, por su liberalidad, bondad y desinterés". El mercenario se contaba en el número de aquellos soldados, cuya "obediencia era ciega y no conocía límites; que Iturbide era el jefe, el ídolo a quien reverenciaban, y que obedecerle era el único deber que conocían", al tenor del juicio del historiador mexicano don Lorenzo Zavala.

 

Siendo odioso al mundo libre el ruido de las armas y opuesto el Congreso Constituyente Mejicano a todo acto de conquista, el Brigadier Vicente Filísola fue obligado a abrir negociaciones en busca de un decoroso avenimiento con el doctor José Matías Delgado.

 

Este hábil dirigente político halló en esta apertura, ocasión para demostrar sus esclarecidos talentos y dilatar las negociaciones en tanto reforzaba las defensas de su liliputiense y heroica república y acrecentaba los implementos bélicos y la preparación de sus bisoños soldados.

 

En Guatemala, en presencia del condottiere Filísola, los delegados de San Salvador ciudadanos Coronel y Doctor Antonio José Cañas y don Juan Francisco Sosa y los delegados imperiales Coroneles Felipe Codallos y Luis González Ojeda, sesionaron durante varias jornadas; y el 10 de septiembre de 1822 se firmó un convenio que, en el peor de los casos, aseguraba la paz por lo menos en el lapso de tres meses.

 

Pero los acontecimientos incontrolables en épocas revolucionarias se atropellaban en el vasto Imperio. A fines de agosto, el espurio Emperador apresó en México a varios diputados y entre ellos a los representantes de la provincia de Guatemala: señores Licenciado José Cecilio del Valle, Licenciado Santiago Milla, Presbítero Canónigo Marcial Zebadúa y don Juan de Dios Mayorga; y el 31 de octubre siguiente cometía la torpeza de disolver las Cortes Constituyentes instaladas "el 24 de febrero del mismo año considerándolo hostil a su persona", como apunta en sus memorias "Mi historia militar y política" el General Antonio López de Santa Ana, para erigirse en un soez tirano y cavar el sepulcro del Imperio y de su Gloria.

 

En San Salvador, "la facción horrible que levantó contra todos los adictos al Imperio el cura D. José Matías Delgado", como llamaba a los conspícuos próceres el Presbítero salvadoreño José Ignacio Zaldaña, trabajaba decididamente por hacer prevalecer la república sobre la monarquía moderada y por desacreditar al usurpador del trono del Anáhuac.

 

El 26 de octubre de 1822, Filísola notificó a los sansalvadoreños, irrespetando el convenio de las negociaciones antes indicadas, que: "Por orden expresa de Su Majestad Imperial marcha sobre esa Provincia, pero no contra ella, la fuerza protectora de mi mando destinada... a restituir el orden y la paz, que se altera necesariamente en las transiciones políticas".

 

Y, en igual fecha, comunicó a las autoridades de la Intendencia que de orden del Emperador "debe unirse toda al Imperio, sobre la base de una entera sumisión al plan general de su gobierno (de Emperador absoluto), sin condiciones que la contraríen" y que el gobierno de esta provincia, "debe rendir y entregar las armas que actualmente tiene".

 

A los sansalvadoreños, que habían luchado por la libertad, la independencia y el respeto a la majestad de la ley, se les exigía, pues, una rendición incondicional, sin honor y sin gloria.

 

3. Se inician las hostilidades:

 

El 10 de noviembre de 1822, antes de iniciar las hostilidades, el Brigadier Filísola dijo en un "Manifiesto" emitido en Guatemala, que "las tropas reunidas (bajo mi mando) bastan por su calidad y por su número para destruir a la provincia de San Salvador, incapaz de organizar una resistencia que la haga triunfar de la fuerza física y moral que tiene a su disposición el Imperio".

 

Interin, fieles al pacto del 15 de septiembre de 1821, los pueblos de la Intendencia de San Salvador instalaron el Congreso General de la Provincia, como único organismo con capacidad para decidir la incorporación o no de este país a México.

 

El 12 de noviembre de 1822 se acordó la anexión al vasto Imperio del Anáhuac, siempre que éste aceptara las condiciones de San Salvador. Filísola respondió que llevaría adelante las órdenes precisas de S.M.I.: la de ocupar por la fuerza, a sangre y fuego si fuese necesario, dicha Intendencia.

 

Era una declaración de guerra, era la notificación de que la provincia seria conquistada por las águilas imperiales.

 

El 22 de noviembre de 1822, el Congreso General de la Provincia, bajo la presidencia del diputado Doctor José Matías Delgado, decretó:"la incorporación a los Estados Unidos de América", como uno de sus Estados federados; y el 2 de diciembre siguiente, al ratificar el acuerdo, se ordenó: "Que la provincia se ponga en defensa y resista la invasión que le amenaza".

 

El 13 de diciembre, Delgado manifestaba a Filísola que San Salvador "resiste y resistirá la invasión de las tropas de su mando"; y que él no está dispuesto a ofrecer, por paz a sus compatriotas, "el silencio y quietud que producen el sufrimiento y los clamores sofocados de la opresión".

 

Y gran visionario, como era el protoprocer Delgado expresó al brigadier invasor: "La opinión en su favor (en favor de la causa de San Salvador) progresa con más rapidez que (como) progresaba por la independencia.

 

Las provincias mismas del Imperio desean ser libres, y Ud. lo sabe muy bien y conoce que no tardarán en serlo", pues el fin del inicuo Imperio sería su estrepitoso derrumbamiento.

 

Filísola fijó su cuartel general en la hacienda Mapilapa, entre Nejapa y Apopa. Allí reorganizó y aumentó sus fuerzas a 2000 combatientes de infantería, 260 de caballería y 50 artilleros bien provistos de pólvora, mechas y parque.

 

Además, sus tropas tenían abundantes provisiones de alimentos y de agua potable y cancelados sus salarios al día; pero en sus oídos no dejaba de percutir el apotema del Doctor José Matías Delgado: "Un pueblo que lucha por su libertad no puede ser vencido".

 

Mientras el condottiere inspeccionaba las fortificaciones exteriores de los sansalvadoreños, en Chinameca se libró el 12 de diciembre un combate entre las fuerzas republicanas del Coronel Manuel José Arce y las imperialistas del Sargento Mayor Manuel Martínez, quien con 600 infantes, seis cañones y un cuerpo de caballería fue derrotado ignominiosamente.

 

El ex-fraile y Coronel mexicano Rafael Castillo relataría más tarde: "Yo convengo en que Arce, cuando emprendió sostener los derechos de los pueblos, no era militar; pero esto mismo recomienda su conducta y patriotismo.

 

Este sin los conocimientos prácticos de la milicia que Filísola decanta y cree poseer, nada omitió; él superaba con sus talentos la falta de aquellos conocimientos; él no perdonó recursos que estuviese en sus manos; él se presentaba en los campos del honor, como los más antiguos militares; él emprendía marchas que sobrecogían a sus mismos enemigos; él, a pesar de la delicadeza de su educación, sobrellevaba con vigor los trabajos de la campaña, tanto que admiraba a los mismos soldados; sin ser un soldado aguerrido, compitió con los que se llamaban militares; dígalo (el Sargento Mayor Nicolás Abos) Padilla en el Espinal, dígalo el ciudadano Coronel Manuel de Arzú el día 3 de junio, cuando intentó entrar en esta ciudad (de San Salvador), siendo cuadriplicada su fuerza (Columna Imperial) que la que la guarnecía; y dígalo (el Sargento Mayor Manuel) Martínez en las inmediaciones de Chinameca, que situado en una posición ventajosísima, lo vio impávido marchar delante de sus tropas, siendo esto la causa por qué aterrorizado abandonó el campo y se puso en vergonzosa fuga.

 

Jamás se vio a Arce en campaña, esperar o acometer al enemigo con fuerzas iguales, porque cuando menos eran dobles las contrarias".

 

Después de la acción de Chinameca y de los movimientos consiguientes de tropas, los ejércitos republicano e imperial permanecieron más o menos inmovilizados, hasta que el 14 de enero de 1823 hubo un encuentro bastante sangriento entre Guazapa y San José Guayabal, en el que los sansalvadoreños probaron una vez más su heroísmo.

 

El 7 de febrero de 1823, aprovechando que el Coronel Manuel José Arce se hallaba gravemente enfermo, Filísola atacó las fortalezas sansalvadoreñas de Ayutuxtepeque y Mejicanos.

 

La acción se entabló con todo vigor: en el frente de la cuesta del Atajo se distinguió por su heroísmo el Capitán Máximo Cordero y en el de Ayutuxtepeque el Capitán Fernando de Arcolsa, quien destrozado por una grande, tuvo aliento para decir a su esposa: "Entregad mi espada al Coronel Arce y decirle que muero con el dolor de no haber podido defender la libertad de la Patria".

 

Los bisoños defensores de la diminuta República, derrotados por una impresionante superioridad numérica de combatientes y de elementos bélicos, se replegaron a San Salvador, lugar donde el Comandante General de las Armas, según refiere el Coronel Rafael Castillo, dio orden "para que nos retirásemos con toda la fuerza, en consideración a los riesgos en que la pondríamos si el enemigo se apoderaba de ella por la fuerza".

 

Según el parte de Filísola, en aquella memorable acción los sansalvadoreños se defendieron "con un valor de que no se tenía idea"; y a las dos y media de la madrugada del día 8 recibió una diputación del Ayuntamiento de San Salvador que le presentó la siguiente comunicación: "La fuerza se ha retirado y la Ciudad está indefensa; puede V.S. en su virtud, ocuparla con sus tropas y el Ayuntamiento confía en la humanidad de V.S. para que el pueblo no sea saqueado, ni molestados sus vecinos pacíficos".

 

Efectivamente, a la media noche, salieron de San Salvador las fuerzas republicanas muy diezmadas por las bajas y las deserciones.

 

Iban al mando del segundo jefe Coronel Antonio José Cañas, pues Arce era transportado en litera o camilla, aquejado del mal de cámaras; pasaron por Olocuilta y Zacatecoluca en número de 800 combatientes; luego ocuparon San Vicente y San Esteban Catarina; y finalmente Sensuntepeque, donde un cólico hepático paralizó la acción de Cañas.

 

El ejército, si así podía llamarse a aquel hospital ambulante, siguió bajo las órdenes del Coronel Rafael Castillo, y ocupó el pueblo indígena de Gualcince (Honduras). Cubiertos, tan sólo por su honor, su lealtad y sus armas, los sansalvadoreños tuvieron que capitular el 21 de febrero de 1823 ante un ejército victorioso, de 2,000 soldados, comandados por el Brigadier Vicente Filísola.

 

Las Fuerzas Armadas de "la provincia heroica que le hizo frente al que se llamó Emperador de México", como diría más tarde el Coronel Rafael Castillo, fueron puestas a discreción, licenciados los soldados y dados de baja sus jefes y oficiales: "Concluida la guerra - dijo Filísola al gobierno imperial, en parte fechado en San Salvador el 26 de febrero de 1823-, no queda fuerza alguna armada

 

ni dispersa, ni reunión de hombres sin armas, quedando al servicio de la nación, 36 cañones de todos calibres, más de 1,000 fusiles, algunas carabinas y otras armas". La sombra del Imperio cubrió a la Patria con negros crespones, pero la lucha desigual no había sido en vano: el partido republicano que se derrumbaba en San Salvador por la acción de las armas imperiales, resurgía en México y hundía para siempre, en el oprobio, el trono de un tirano aventurero, "Por un acontecimiento maravilloso - escribía don José Francisco Barrundia- San Salvador no fue subyugado sino cuando cayó el tirano (Iturbide)".

 

4. Fin del Imperio:

 

En efecto: el 2 de diciembre de 1822, a las cinco de la tarde, el General Antonio López de Santa Ana se alzó en el Puerto de Veracruz proclamando la república y desconociendo la autoridad de Iturbide.

 

El 13 de enero de 1823 su plan revolucionario fue adoptado y adicionado en Chilapa por los Generales Vicente Guerrero y Nicolás Bravo; y el 1o. de febrero del mismo año el General José Antonio Echeverría hizo circular el acta del cuartel general de Casa Mata, suscrita por los jefes del ejército imperial sitiador de Veracruz, a su mando, en la cual exigían a Agustín I la reinstalación de las Cortes Imperiales. "El Emperador - dice el General López de Santa Ana- asombrado con lo que pasaba, y desanimado por la defección de su ejército, abdicó el 19 del mismo mes".

 

El Brigadier Vicente Filísola tuvo conocimiento de estas noticias en San Salvador, el día 25, a su regreso de Gualcince; el 6 de marzo nombró intendente jefe político de San Salvador al Coronel Felipe Codallos y se dirigió a Guatemala; el 9, el marqués de Vivanco, jefe y oficiales de Puebla de los Angeles, se sumaron al movimiento republicano; el 12, Filísola lanzó un manifiesto pidiendo a los pueblos bajo su mando que no participaran en los "horrores de una guerra civil"; el 15, en la Ciudad de los Libres de Veracruz, se desconocía la autoridad imperial de Agustín I; a fines de mes, estaban contra la monarquía absoluta las provincias mexicanas de Veracruz, Puebla, Oaxaca, Chilapa, Toluca, Valladolid y Guanajuato, y toda la nación exigía la abdicación y enjuiciamiento del postizo emperador. "Don Agustín Iturbide - apunta López de Santa Ana- se embarcó en el puerto de Veracruz, con dirección a Italia el 11 de mayo".

 

La hazaña de los sansalvadoreños, ciertamente, no pasó inadvertida. El Coronel republicano Rafael Castillo, cuando se presentó en Veracruz al Guadalupe Victoria, primer presidente de México, éste le dijo: "Amigo: tenga Ud. la satisfacción que San Salvador ha sido el termómetro de los movimientos (republicanos) de México", en tanto que el General y prócer Vicente Guerrero lo manifestó: "Cuando salí de México, perseguido por Iturbide, fue mi intención embarcarme en Acapulco e ir a buscar libertad en San Salvador".

 

Asimismo, el historiador mexicano don Lorenzo Zavala en su obra: "Ensayo de las Revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830", editada en 1845, dice que los salvadoreños "resistieron cuando puede un Estado pobre y poco poblado contra las fuerzas unidas de los mejicanos y guatemaltecos.

 

Aquel pueblo heroico combatió por su libertad y a sus esfuerzos se debe, en mucha parte la existencia de esa república del Centro (de América)".

 

Y el General Francisco Morazán, en su celebérrimo "Manifiesto de David" (16 de julio de 1841), recordaría tamaña hazaña de los salvadoreños en los siguiente términos: "El heroico pueblo salvadoreño sucumbió noblemente y con más gloria que la que pudo caber a sus vencedores".

 

"El pueblo salvadoreño, sin armas y abandonado a su propia suerte, hizo impotente la negra intriga. Defendió por largo tiempo la más hermosa de todas las causas, adquiriendo por digna recompensa de sus grandes hechos, la inmarcesible gloria de dar al mundo el grandioso espectáculo de un pueblo libre que se regenera, obteniendo en sus propia derrota, la reinvidicación de los mismos derechos que se le ocasionaron; en tanto que, sus injustos agresores pierden todas las ventajas que les diera su malhadado triunfo".

 

"Por un distinguido favor de la Providencia, los últimos cañonazos que quitaron la vida a los mejores hijos de El Salvador y completaran en el Reino de Guatemala, la dominación de Iturbide, eran contestados por los que se disparaban en México, para celebrar la completa destrucción de un Imperio, que sólo apareció al mundo para oprobio de sus autores".

 

Conviene precisar, sin embargo, que la contienda armada de 1822 y 1823, no fue una guerra entre sansalvadoreños, por una parte, y mexicanos y guatemaltecos, por otra parte, sino entre republicanos e imperialistas, que se resolvió en México y Centro América con el triunfo de República y de la Democracia Representativa.

 

"El Ejército vivirá mientras viva la República".

 

(MINISTERIO DE LA DEFENSA NACIONAL DEPARTAMENTO DE HISTORIA MILITAR.TOMO I HISTORIA MILITAR DE EL SALVADOR Por Dr. Jorge Lardé y Larín. EL SALVADOR, C.A. -1994-).

 

 

Independencia y Federación (1821-1841)

 

El 15 de septiembre de 1821, en una reunión en la Ciudad de Guatemala, los representantes de las provincias centroamericanas declararon su independencia de España y conformaron una Junta Gubernativa provisional, presidida por el antiguo Capitán General español, Gabino Gaínza. La noticia de la independencia llegó a San Salvador el 21 de septiembre. (1) (2)

 

Al concretarse la independencia centroamericana, solamente le quedaban tres opciones a la naciente unión de provincias: primero, conservar la unidad de las provincias; segundo, independizarse en naciones bien definidas; o tercero, anexarse al Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide.

 

La noticia de la independencia desconcertó a la mayoría de los grupos conservadores en las distintas provincias y ayuntamientos de Centroamérica. La preocupación de los sectores conservadores se tranquilizó cuando las autoridades de Guatemala recibieron una carta de Iturbide, quien se había proclamado Emperador de México, invitando a Centroamérica a unirse al imperio.

 

La Junta decidió consultar a los ayuntamientos y respondieron dos tercios de ellos, de los cuales 168 aprobaron la anexión, y dos, San Salvador y San Vicente, rehusaron unirse a México. La Junta de Guatemala declaró la anexión a México el 5 de enero de 1822. Iturbide envió tropas mexicanas al mando del general Vicente Filísola para someter a las provincias rebeldes de San Salvador y San Vicente. El general Filísola entró con sus tropas a San Salvador en febrero de 1823, luego de varios meses de resistencia.

 

Cuando Filísola regresó a Guatemala, recibió la noticia de que Iturbide había sido derrocado y que México se había constituido en república. Siendo Filísola fiel a su emperador y no a México, le pidió a la Junta de Guatemala que convocara a los diputados centroamericanos para que tomaran una decisión. La asamblea centroamericana proclamó, el 1 de julio de 1823, la independencia de España, México o cualquier otra nación y se constituyeron las Provincias Unidas de Centroamérica (3). El 22 de diciembre de 1823 la Alcaldía Mayor de Sonsonate y la Intendencia de San Salvador acuerdan unirse, Ahuachapán se rehusa hasta el 7 de febrero de 1824, cuando las dos provincias se unen totalmente y forman la Estado de El Salvador, perteneciente a las Provincias Unidas de Centroamérica. La asamblea constituyente fue presidida por el prócer salvadoreño José Matías Delgado. La Asamblea promulgó la primera constitución federal, el 22 de noviembre de 1824.

 

El caudillo liberal Francisco MorazánSe eligió en 1825, como primer presidente de la República Federal, al salvadoreño Manuel José Arce apoyado por los liberales, pero éste, para poder gobernar buscó el apoyo de los conservadores que eran mayoría en el Congreso Federal. En 1826 el gobierno de Arce se enfrentó con el gobierno liberal del Estado de Guatemala, estallando la guerra civil en toda Centroamérica con excepción de Costa Rica. La guerra duró hasta 1829. Los liberales se unieron en torno del hondureño Francisco Morazán, quien logró derrotar militarmente a las tropas federales y expulsó de Centroamérica a Arce, en 1829; siendo electo como Presidente de la Federación en 1830[8].

 

El Estado de El Salvador se dio su propia Constitución el 22 de junio de 1824, siendo jefe de Estado, el independentista Juan Manuel Rodríguez. Desde la época colonial existía gran recelo entre las élites de San Salvador y Guatemala y luego de la independencia, se produjo una abierta confrontación. Mientras el gobierno de la República Federal residió en Guatemala, hubo numerosos enfrentamientos entre éste y el gobierno estatal de El Salvador. En 1827 estalla la guerra entre el gobierno del Estado de El Salvador y el gobierno federal de Arce. En 1830 los salvadoreños eligen a José María Cornejo, un conservador, como Jefe de Estado, quien se opone al nuevo presidente federal Morazán y llega hasta declarar la separación del Estado salvadoreño de la Federación. Morazán con sus tropas federales entraron a San Salvador, destituyendo a Cornejo y dejando en el poder a Mariano Prado, quien al poco tiempo es sustituido por Joaquín de San Martín, que de nuevo anuncia la separación de la Federación. Morazán entonces invadió El Salvador y trasladó la capital federal a San Salvador, en 1834. Luego del traslado a San Salvador del gobierno federal y hasta 1840, Morazán impuso un fuerte control sobre el gobierno del Estado de El Salvador. En 1837 Rafael Carrera, apoyado por el clero y los conservadores de Guatemala, se levantó en armas desde Quetzaltenango contra la Federación. Carrera derrotó a Morazán, quien abandonó San Salvador en 1840, rumbo a Costa Rica. Tras el exilio de Morazán, se instaló un nuevo gobierno conservador en El Salvador, presidido por Juan Nepomuceno Lindo.

 

Una de las causas de la derrota de los liberales y la disolución de la Federación Centroamericana fue su anticlericalismo, el fuerte sentimiento provinciano de cada región, y además la aprobación de una serie de leyes que provocaron reacciones negativas entre la población indígena. Las Cortes de Cádiz habían suprimido en 1812 los tributos de los pueblos indios. Cada vez que se querían implantar de nuevo, surgían reacciones negativas en las comunidades indígenas. Cuando Mariano Prado como Jefe de Estado de El Salvador introdujo el sistema de jurados y un nuevo impuesto que tenían que pagar todos los ciudadanos, se produjeron levantamientos en Izalco y San Miguel, produciéndose en 1833 la sublevación de los indígenas nonualcos, acaudillados por Anastasio Aquino, en la población de Santiago Nonualco en el actual departamento de La Paz[9].

 

Pugnas entre liberales y conservadores (1841-1876)

 

En febrero de 1841, la Asamblea Constituyente aprobó un decreto que establecía la separación formal de El Salvador de la Federación Centroamericana, y declaraba al país, Estado independiente y soberano.

 

Durante las tres décadas siguientes a la desintegración de la República Federal, El Salvador vivió un período de gran inestabilidad política, debido a la rivalidad entre liberales y conservadores, a los conflictos con los Estados vecinos, y a la falta de consolidación de la identidad nacional. La lucha por el gobierno entre las dos facciones, llegó al extremo que estando uno de los dos grupos en el poder, el otro partido no dudaba en pedir ayuda a los países vecinos para derrocar al gobierno contrario, por lo que en este período hubo frecuentes insurrecciones y revueltas, manteniéndose un clima constante de guerra civil.

 

En Centroamérica, los liberales apoyaban el reconocimiento legal de las libertades individuales, la liberalización del comercio, la separación entre Iglesia y Estado, además de defender el unionismo centroamericano; mientras, los conservadores, por el contrario apoyaban mantener muchas de las instituciones coloniales, la colaboración entre autoridades civiles y eclesiásticas, y preferían la independencia de cada país de la antigua Federación.

 

El caudillismo

 

Hay que considerar que tanto la facción liberal como la facción conservadora estaban organizadas en torno a liderazgos personalistas (caudillistas). Este fenómeno hacía que no hubiera ejércitos institucionales y que cada caudillo reclutara su propia milicia. En Centroamérica, el máximo caudillo liberal fue el hondureño Francisco Morazán y el principal caudillo conservador fue el guatemalteco Rafael Carrera y Turcios, ambos tenían seguidores en El Salvador. Los caudillos salvadoreños como Gerardo Barrios (liberal) y Francisco Malespín y Francisco Dueñas (conservadores) representaron estas posiciones antagónicas.

 

El primero de los caudillos locales de El Salvador fue Francisco Malespín quien gobernó desde 1840 hasta 1845. Primero indirectamente, a través de los presidentes Norberto Ramírez, Juan Lindo y Juan José Guzmán, y a partir de 1844 directamente como presidente, sin embargo a los pocos días de asumir el poder, Malespín decide invadir Nicaragua y dejó al mando al general Joaquín Eufrasio Guzmán.

 

Gerardo Barrios, seguidor de Morazán, que había intentado derrocar a Malespín anteriormente, aprovechó su ausencia y convenció a Guzmán para asumiera como presidente (1845–46); le sucedieron Eugenio Aguilar (1846-48) y Doroteo Vasconcelos (1848-51). Francisco Malespín ayudado por Rafael Carrera intenta inútilmente recuperar el poder hasta que es asesinado en 1846. El presidente Doroteo Vasconcelos, cometió el error de enemistarse con Rafael Carrera, desconociendo a su gobierno, apoyando a los liberales guatemaltecos y repatriando desde Costa Rica, con honores, los restos de Morazán. Carrera entonces invadió El Salvador y derrotó a Vasconcelos en la batalla de La Arada en febrero de 1851, concluyendo así, el primer período de gobierno de los liberales.

 

Los conservadores salvadoreños eligieron como presidente a Francisco Dueñas quien gobernó entre 1851 y 1854, y bajo su influencia se sucedieron José María de San Martín (1854-56), Rafael Campo (1856-58) y Miguel Santín del Castillo (1858). Durante este período se produjo el decaimiento de la producción añilera a causa por la invención de los colorantes sintéticos en Europa. El cultivo de la planta de jiquilite de la que se extrae el colorante azul índigo o añil había sido la base de la economía del país desde el período colonial.

 

En 1856 los países centroamericanos se unieron para atacar a William Walker que se había apoderado del gobierno de Nicaragua. El presidente Rafael Campo nombró a Gerardo Barrios como jefe de las fuerzas salvadoreñas destinadas a Nicaragua. A su regreso, victorioso, Barrios derrocó a Miguel Santín y en 1859 se proclamó presidente. Durante su gobierno, el presidente Barrios introdujo masivamente el cultivo del café en el país y fomentó la instrucción pública. A pesar de que Barrios trató de no enemistarse con Rafael Carrera, finalmente llegaron a la confrontación bélica y las fuerzas salvadoreñas son nuevamente derrotadas. De nuevo es Francisco Dueñas nombrado presidente en octubre de 1863, manteniéndose hasta 1871 con el apoyo de Guatemala.

 

En abril de 1871, el liberal Santiago González derrocó a Dueñas, lo que marca el triunfo de los liberales. En su gobierno que se prolongó hasta 1876, se proclamó la libertad de cultos, se secularizaron los cementerios, se legalizó el matrimonio civil, se introdujo la educación laica y se suprimieron las órdenes religiosas[10].

Consolidación de la República

 

1. Misión diplomática a Washington:

 

La titánica y espectacular lucha de San Salvador contra el Imperio Mexicano había tenido como fundamento jurídico el hecho de que, según el Acta de 15 de septiembre de 1821, sólo un Congreso Nacional de las provincias del Reino de Guatemala podía, legalmente, decidir la incorporación o no de este país a la monarquía moderada fundada en virtud del plan de Iguala.

 

Pero conviene precisar que el pueblo y los dirigentes de San Salvador se alzaron en armas, no contra México, sino contra un Imperio que quiso dominar a la provincia sin respetar sus fueros y trasplantar al suelo de América "la flor marchita de la monarquía".

 

Anexada la Intendencia de San Salvador, por disposición del Congreso General de la Provincia, como un Estado Federado a la Unión Americana o Estados Unidos de América, resistió en tal concepto la invasión de la columna imperialista que capitaneó el Brigadier Vicente Filísola, y cuando los restos de su bisoño ejército fueron obligados a la capitulación en Gualcince, no se doblegaron sus esclarecidos varones ni mucho menos se consideraron vencidos: San Salvador envió una misión diplomática a Washington, para exponer su causa al gobierno de la Nación a la cual se había incorporado por libre voluntad de sus representantes.

 

Esta misión diplomática la integraron los patricios señores Manuel José Arce, Juan Manuel Rodríguez, Rafael Castillo, Cayetano Bedoya, y Manuel Zelago quien murió en la travesía de Belice a Boston.

 

Interin, el intruso Iturbide abdicó la corona imperial de México y en Guatemala, vencedor pero ya sin amo, el Brigadier Vicente Filísola se halló en un callejón sin salida y bajo la presión de los republicanos Presbítero Fernando Antonio Dávila, don José Francisco Barrundia, Doctor Pedro Molina y otros, quienes le pedían que convocara a los pueblos del antiguo Reino de Guatemala para que eligieran diputados a un Congreso Nacional, tal como estaba estipulado y jurado por el Acta de 15 de Septiembre de 1821 y tal como San Salvador y Delgado lo habían demandado en todo el curso de la sangrienta lucha ideológica y armada, de 1821 a 1823.

 

El invasor no tuvo otra alternativa: el 29 de marzo de 1823, humillado por el paso de los acontecimientos y por el grito de los pueblos de "¡Viva la República!", expidió la convocatoria a efecto de integrar, mediante representantes electos por las provincias, una asamblea ístmica con amplias facultades para fijar el destino de las mismas. "Esto era lo mismo - dice el Coronel Manuel Montúfar- que proclamar la independencia y anticipar un suceso inevitable: en el mismo hecho el partido imperial triunfante en Guatemala quedó vencido por el (republicano) que acababa de sucumbir en San Salvador".

 

2. La Asamblea Nacional Constituyente:

 

El 24 de junio de 1823, el Jefe Político y Militar Brigadier Vicente Filísola inauguró en la ciudad de Guatemala la augusta representación nacional, y en la sesión de ese mismo día, para asombro suyo y gloria de la Patria, fue electo primer presidente del magno cónclave nada menos que el Héroe de la República, Doctor José Matías Delgado.

 

Día grande fue ése para tan perínclito salvadoreño, pues ufano pronunció estas solemnes palabras: "El Congreso está solemnemente constituido e instalado".

 

El día 29, una comisión integrada por los señores Doctor José Matías Delgado, Doctor José Simeón Cañas, Doctor Pedro Molina y señores Francisco Flores y Felipe Vega, presentó un luminoso dictamen respecto al punto de independencia general y absoluta e invalidez de la violenta anexión al Imperio Mexicano.

 

En uno de sus pasajes recordaron una de las páginas más bellas escritas por un pueblo libérrimo: "San Salvador -escribieron- no quiso obedecer a la unión con México, porque su Gobierno era ilustrado y patriótico; el pueblo valiente y liberal... El traidor Gaínza enarboló el negro estandarte del servilismo contra la libertad y San Salvador. Sus huestes fueron rechazadas ignominiosamente.

 

Los salvadoreños no se aprovecharon de la victoria. Gaínza llamó las tropas expedicionarias de México: nuevas empresas contra San Salvador, empresas (militares) que cubrirían de oprobio eterno a sus autores (Gaínza, Iturbide, Filísola).

 

El 1°. de julio de 1823, por acta que redactó el Licenciado José Francisco Córdova de acuerdo a las conclusiones del anterior dictamen, se proclamó la independencia general y absoluta del antiguo Reino de Guatemala, así de España y México como de cualquier otra potencia del Antiguo y Nuevo Mundo; se fundó la República; se estableció el vínculo de unidad nacional entre sus provincias componentes y se dio al nuevo Estado el Nombre de: "Provincias Unidas del Centro de América".

 

El día 9, la Asamblea Nacional Constituyente integró un Triunvirato Ejecutivo formado por los patricios Coronel Manuel José Arce, Licenciado Antonio Rivera Cabeza de Vaca y don Juan Vicente Villacorta.

 

Como el primero de los mencionados cumplía una misión diplomática en Washington, fue electo para sustituirlo interinamente, el Doctor Pedro Molina.

 

Ese día recibió el invasor Filísola la más dura afrenta en su vida, pues él soñaba ser nombrado miembro del Poder Ejecutivo como justa recompensa a sus desmanes y traiciones; pero las voces realistas a su favor fueron ahogadas por la oposición franca y sin dobleces del Doctor José Matías Delgado y de los republicanos, que no podían olvidar ¡cuán! odiosa era la presencia del condottiere invasor, "hombre descarado, sin honor, grosero y sin educación" al tenor de la etopeya del Coronel Rafael Castillo.

 

"El día 3 de agosto de 1823 relata un testigo de vista: el historiador don Alejandro Marure salió Filísola de Guatemala. Solamente los pueblos que hayan tenido la desgracia de ver en su seno tropas extranjeras, podrán formarse una idea cabal del placer que sintieron los guatemaltecos cuando se vieron libres de la soldadesca mejicana".

 

3. Asonada de Ariza: fallido golpe militar.

 

El 14 de septiembre de 1823, en víspera del segundo aniversario del nacimiento de la Patria, el Capitán del Fijo Rafael Ariza y Torres perpetró una burda asonada.

 

Embrutecido por la ambición y por el logro de una nombradía superior a sus propios méritos, violó el recinto de la Asamblea Nacional Constituyente, el magno santuario de las leyes, donde murieron en defensa de la República y la legalidad los ciudadanos señores Juan Escobar, Andrés Córdova y Miguel Prado; depuso de la Comandancia General de las Armas al General Lorenzo de Romaña y obligó al Triunvirato Ejecutivo, erigiéndose en árbitro supremo de todas las fuerzas militares, a que se le reconociera como titular de ese destino castrense.

 

La noticia de estos escandalosos a insólitos sucesos que perturbaron el orden, la paz y la tranquilidad de la Nación, llegó rápidamente a San Salvador.

 

Esta Intendencia era gobernada desde mayo de 1823, en calidad de Intendente Jefe Político, por don Mariano Prado quien había sustituido al depuesto Coronel mexicano Felipe Codallos; y con motivo de los preindicados acontecimientos su Diputación Provincial, a pedimento del pueblo que ha sido el "único asilo de la libertad en las tristes épocas pasadas", levantó una fuerza de 2.000 plazas y dispuso que en seguida marchase hacia Guatemala un contingente de 750 hombres al mando del Coronel José de Rivas, Comandante General de las Armas por ausencia del titular Coronel Manuel José Arce, con el objeto de defender y sostener a las autoridades legalmente constituidas y con instrucciones de no dejar impune la conducta de "los delincuentes de alta traición".

 

El aviso del avance de la columna republicana de San Salvador fue llevado a Guatemala por el Capitán Pedro Arce.

 

Un testigo ocular e imparcial de los sucesos, el Presbítero Pablo Alvarado, diputado por Costa Rica en la Asamblea Nacional Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América, en informe oficial a su gobierno datado en Guatemala el 3 de noviembre de 1823, relata así la llegada a la ciudad capital de las tropas salvadoreñas:

 

"Al otro día (13 de octubre de 1823) se presentaron de nuevo a la Asamblea.

 

Entró la oficialidad. Arengó el Comandante General (Rivas) haciendo ver la causa y fin de la venida de las tropas. Contestó dándole las gracias al Ciudadano Pedro Molina, que ya había vuelto a la Asamblea.

 

Siguieron arengando uno por cada Provincia comitente. Y todos elogiaban a las tropas y les daban los agradecimientos por la presteza con que desnudos, sucios, desprovistos y llenos de la más buena fe y fina voluntad concurrieron a favorecer la Asamblea en número de 800 (600 de infantería, 200 de caballería y algunos de artillería)".

 

El Secretario de Guerra y Marina Coronel Manuel Montúfar, en nombre del Supremo Poder Ejecutivo y con fecha 5 de noviembre de 1823, expresó a la Diputación Provincial de San Salvador que: "el gobierno y pueblo guatemalteco confían en los auxilios de los que han sido en todas las épocas el paladín de la libertad, y han señalado sus nombres entre los pueblos libres del continente"; y que el concurso de tales efectivos: "es un nuevo servicio que se hace a la causa común, por la Provincia, que fue la primera en romper las cadenas, y la primera que se decidió a sacrificarlo todo por la independencia".

 

Evocando dicho suceso, don José Francisco Barrundia comentó en un Impreso, datado en Guatemala el 10 de agosto de 1823: "Nunca la Asamblea fue ultrajada sino más bien protegida por la fuerza de San Salvador".

 

4. Fin a la misión en Washington:

 

Mientras esos hechos acontecían en Centro América, los miembros de la primera misión diplomática salvadoreña a Washington desembarcaron en Boston el 8 de junio de 1823, y en nota de 11 de septiembre siguiente, decían al Secretario de Estado de la Unión Americana que debido a los cambios operados en el antiguo Reino de Guatemala, su misión ya no tenía objeto; pero si recordaron que San Salvador, en su lucha contra el imperio, "resolvió primero perecer que prosternarse delante de ningún trono levantado en América".

 

"Procuró vivamente decían los comisionados hacer valer sus derechos, empleando los medios suaves de la persuasión, y desenvolvió todos los principios de eterna verdad en que se funda la libertad de los hombres, y que en este siglo son tan conocidos; pero Iturbide y sus agentes ciegos a la razón y obcecados en satisfacer su ambición pusieron un decreto de sangre contra San Salvador y procedieron a su ejecución".

 

"La guerra se comenzó, y en medio de ella, pudo la provincia de San Salvador reunir su Congreso para disponer de su suerte; el que atendiendo a las circunstancias en que se hallaban los pueblos acordó las dos actas (las del 22 de noviembre y 2 de diciembre de 1822) que tenemos el honor de acompañar a esta nota, tan provechosa para la Provincia, como gloriosa para sus representantes.

 

“También acompañamos la proclama con que el Gobierno anunció a los pueblos que el Congreso había decretado su federación a los Estados Unidos. Nuestras armas casi eran insignificantes para el poder del ambicioso y cruel Iturbide, y si nos determinamos a resistirle, fue resueltos a morir antes que mancharnos con la negra infamia de obedecer en el suelo americano a un Rey, un déspota, un enemigo de la libertad”.

 

“En efecto fuimos deshechos enteramente en la batalla del día 7 de febrero de este año y en la confusión de una derrota, marchamos por distintos caminos los que tenemos la honra de dirigirnos a este Gobierno y presentarle los votos de San Salvador".

 

Los comisionados que firmaron esta nota, Coronel Manuel José Arce y don Juan Manuel Rodríguez, partieron el día 13, de Washington rumbo a la provincia natal.

 

5. Gestación del Estado salvadoreño:

 

El 3 de noviembre de 1823, las fuerzas de San Salvador y Sonsonate evacuaron Guatemala después de exterminada la asonada de Ariza y unidas, física y espiritualmente, se dirigieron a sus respectivas provincias.

 

Sansalvadoreños y sonsonatecos venían estudiando la posibilidad de fusionar ambas provincias y formar conjuntamente un estado federado; el 13 de noviembre la villa de Sonsonate "se pronuncia unida a San Salvador... e invita a los pueblos de la comarca a que le imiten"; y el 22 de diciembre ratificó este pronunciamiento como lo hicieron los demás pueblos de la Alcaldía Mayor, con excepción de Ahuachapán que decretó su incorporación hasta el 7 de febrero de 1824.

 

En la "Petición de los Representantes del Pueblo de Ahuachapán", de tal fecha, que dio pie a la definitiva incorporación de esa villa a San Salvador, se dice: "Llegó la tropa salvadoreña a este afligido suelo y respirando libertad sus infelices habitantes, la reciben con las mayores demostraciones de júbilo, y le prestan los auxilios que le fue posible, y entre tinieblas ven a lo lejos la senda que buscaban, e intentan de una vez salir del infierno que les abrazaba queriendo agregarse a San Salvador, con absoluta independencia".

 

Los documentos históricos prueban la voluntaria y pacífica unión de la Alcaldía Mayor de Sonsonate con la Intendencia de San Salvador y que, el pronunciamiento de aquella en favor de este nuevo orden de cosas, no fue "verificado como dolorosamente afirma el historiador don Alejandro Marure bajo el poder de las bayonetas (salvadoreñas) cuando regresó la división auxiliar que mandaba (José de)Rivas".

 

6. Grandiosidad de Arce: el Soldado de la Libertad.

 

El 4 de octubre de 1823, el primitivo Triunvirato Ejecutivo de las Provincias Unidas del Centro de América fue sustituido por otro, integrado por los ciudadanos Coronel Manuel José Arce, Licenciado José Cecilio del Valle y Licenciado Tomás D'Horán; y de regreso de su misión a Washington, el primero de los citados tomó posesión de su destino al 15 de marzo de 1824.

 

Al salir del seno de la augusta representación nacional, el pueblo no le permitió que tomara el carruaje sino que "aplicaron sus brazos para conducirse, como lo condujeron hasta el Palacio, a pesar de la resistencia que manifestaba.

 

Es indecible informaba el semanario "La Tribuna" el entusiasmo que se vio reinar en todos, y muchos de los testimonios que recibió del pueblo de Guatemala, el caudillo de la libertad de San Salvador al entrar a tomar asiento en el gobierno".

 

Resumiendo los sucesos pasados en su notabilísima "Memoria", escribiría el prócer Manuel José Arce: "San Salvador, que se separó de Guatemala cuando esta provincia se unió a México, siéndole antes de este hecho, una amiga constante y provechosa, tenía títulos para demandar la gratitud de la Capital, después que se logró la total libertad y que comenzó a ser República; porque a los esfuerzos de los salvadoreños, era debido el primer pronunciamiento de Independencia del año de 1811 y los que posteriormente se hicieron; ellos contribuyeron eficazmente a que se generalizara la opinión contra el dominio español; y ellos por último sostuvieron con las armas los principios republicanos en (1)822 y (1)823.

 

Pero, todos estos oficios han sido olvidados y mal correspondidos (en Centro América) en diversas ocasiones".

 

Sin embargo, es en la proclama de 1°. de marzo de 1826 que dirigió en concepto de primer Presidente Federal de Centro América, donde el prócer Manuel José Arce hace esta admirable y hermosa síntesis del proceso de la emancipación de la Patria:

 

"Mientras que la filosofía, desenvolviendo en otros pueblos los gérmenes de una regeneración política, trabajaba en las destrucción de todas las tiranías, el pueblo de Centro América sufría, se instruía en sus derechos, y reclutaba fuerzas de opinión para destruir con ellas el imperio de los usurpadores y el de las preocupaciones".

 

"Toda la América que fue española sostenía la lucha por la libertad entre el poder usurpador y el Centro no era un espectador pasivo en esta lucha. Desde 1811 hacía esfuerzos que si los ignorantes osaron en su delirio llamar facciones, el patriotismo y el suceso les colocaron después al lado de las acciones heroicas. Proclamando en 1821 su absoluta independencia, se manifestó todo poderoso por la fuerza de su opinión, y obligó con ella a sus mismos opresores a confesar su justicia".

 

"Una revolución que tuvo origen en el conocimiento de los derechos del pueblo a su independencia, no podía tener otro objeto; y el primer pronunciamiento fue acompañado del voto unánime de constituir el Centro sobre las bases de la libertad, la igualdad y la justicia.

 

Pero acontecimientos desgraciados dieron lugar a un nuevo pacto de dependencia y de opresión que no formó la voluntad del pueblo, y que le volvió a unas cadenas tanto más pesadas, cuanto que el hábito no las aliviaba.

 

Las luces y la opinión desvanecieron en dos días el plan rudo y quimérico de un imperio fundado sobre los más falsos cimientos; y al hundirse el trono bajo los pies del usurpador, dos Naciones (Centro América y México) recobraron sus libertades y la afianzaron para siempre.

 

La nuestra que bajo el déspota había reclamado su independencia y combatido por ella, recobró en un día independencia y libertad".

 

"Desde entonces pudo seguir sin obstáculos la senda que indicó el patriotismo en el acta memorable de 15 de septiembre de 1821; se reunió la Asamblea Nacional; pronunció la absoluta independencia de la República; y se ocupó toda del importante objeto de constituirla".

 

No se quedó a la zaga otro ilustre salvadoreño, insigne y sabio al mismo tiempo, el Presbítero, Doctor y Licenciado Isidro Menéndez, al juzgar la trascendencia de la epopeya del pueblo salvadoreño al reivindicar los derechos conculcados de todos los centroamericanos".

 

Recordando que en aquel glorioso 15 de septiembre de 1821, dejóse de oír el ruido de las pesadas cadenas de la esclavitud que por más de tres siglos arrastraron los centroamericanos", expresó:

 

"Llegado el tiempo prefijado por la Divina Providencia, y al favor de las luces del siglo que generalizaron las bellas máximas de eterna justicia sobre los derechos del hombre en sociedad; de los trastornos de la antigua Metrópolis; y de los sacudimientos de todas las secciones de América; y a pesar de todos los esfuerzos que hicieron el Monarca conquistador y sus orgullosos mandatarios, con sus huestes de esclavos asalariados, proclamaron nuestros padres la Independencia, arrastrando los calabozos, los destierros y los patíbulos".

 

"El fuego sagrado del amor patrio cundió por toda la América antes Española, y el alma libertad llenando de entusiasmo y de denuedo a los centroamericanos, hizo que el 15 Septiembre de 1821, día grande y de grato recuerdo para las generaciones venideras, se decretase la independencia absoluta de Centro América, elevándonos de vasallos de un monarca extranjero a ciudadanos republicanos, y de colonos a independientes".

 

"Nuestros padres se prometieron en el rapto de su patriotismo grandes bienes para su patria, y sólo se presentaba a su vista una perspectiva encantadora" (Discurso de 15 de septiembre de 1846).

 

"La independencia nos tornó de esclavos en libres, y de siervos en señores, y dejamos de ser colonos en nuestra propia tierra; la independencia nos declaró soberanos del país que como mano pródiga nos diera la Divina Providencia.

 

Por la independencia ya no estamos sujetos a autoridades lejanas y desconocidas, ni a leyes restrictivas e inadecuadas; nos mandan los gobernantes que nosotros mismos nombramos entre nuestros compatriotas, y que regularmente suben a su alto puesto por su virtud y su merecimiento, y no porque desciendan de las razas de los reyes; las leyes que arreglan todos los actos de nuestra vida civil, son dictadas por representantes electos por los pueblos y que conocen a Centro América, su clima y producciones, y nuestras costumbres y necesidades; las rentas públicas se invierten en el sostén del Gobierno patrio, y en beneficio de todos, y no hay privilegios exclusivos, ni exenciones odiosas" (Discurso de 15 de septiembre de 1846).

 

La República Cafetalera (1876-1931)

 

A mediados del siglo XIX, el café sustituyó al añil como base de la economía nacional.El presidente Rafael Zaldívar, que había sustituido a González en 1876, decretó en 1881 y 1882, varias leyes que anularon el sistema de tierras comunales y ejidos, prevalente en el país, desde la época colonial. Esta legislación virtualmente permitió que unas pocas familias se adueñaran de grandes extensiones de tierras. Zaldívar fue derrocado en 1885, sucediéndolo el general Francisco Menéndez, quién promulgó la Constitución de 1886, de principios liberales. Durante este período, familias europeas llegaron al país y rápidamente se colocaron en una situación económica poderosa debido a su conocimiento del mercado internacional. Estas familias se desarrollaron en el área del comercio y en la producción e industrialización del café.

 

A partir de 1898, con la llegada al poder del general Tomás Regalado y hasta 1931, se sucedieron una serie de gobiernos estables. La presidencia quedó en manos de los grandes terratenientes cafetaleros. La élite económica gobernó el país pasándose la presidencia en forma directa. A este período histórico se le conoce como la "República Cafetalera".

 

Bandera de El Salvador a partir de 1912.

 

El Dr. Manuel Enrique Araujo, presidente entre 1911 y 1913, creó la Guardia Nacional y tomó una serie de medidas para aumentar la presencia del Estado en el interior del país. La actual bandera del país fue adoptada en 1912 durante la presidencia de Araujo, quién fue asesinado en febrero de 1913. Después del asesinato de Araujo, la poderosa familia de los Meléndez-Quiñonez gobernó el país hasta 1927; Ellos eran miembros de la élite económica conocida como las 14 Familias (número que es evidentemente simbólico, por los catorce departamentos) u Oligarquía Criolla, por ser descendientes directos de españoles nacidos en el país. Además de estas familias estaban también los Dueñas, los Araujo, los Orellana, los Álvarez y los Meza-Ayau[11]. Al final del período, asignaron a Pío Romero Bosque a la presidencia, pero éste organizó elecciones consideradas libres, que fueron ganadas por el Partido Laborista del Dr. Arturo Araujo. El Partido Laborista recibió el apoyo de estudiantes, obreros y del Partido Comunista Salvadoreño (PCS), que había sido fundado en 1930 por un grupo de militantes entre los que se encontraba Agustín Farabundo Martí. El Dr. Araujo instauró un régimen de libertades civiles y permitió la inscripción del PCS como partido político legal[12].

 

Fundación del Ejército Salvadoreño

 

1. Instalación del Congreso Constituyente salvadoreño.

 

El 12 de enero de 1822, el Coronel Manuel José Arce había escrito: "Yo estoy en la Junta de Gobierno y tengo que dedicarme desde hoy a la disciplina y arreglo de tropas".

 

Con ese ejército de reclutas, el prócer Arce derrotó a las fuerzas imperialistas de Gaínza y de Filísola en memorables combates y batallas (El Espino, barrio del Calvario de San Salvador, Chinameca, etc.) hasta que sus improvisados Batallones de Infantería, Escuadrones de Dragones y Cuerpos de Artillería fueron totalmente destruidos en la sangrienta Batalla de Ayutuxtepeque y Mejicanos el 7 de febrero de 1823 y obligados a capitular en Gualcince, el 21 de ese mes y año, tal como lo hemos reseñado.

 

A raíz de estos lamentables sucesos, el Coronel Manuel José Arce viajó a los Estados Unidos de América, con amplios poderes, para gestionar la incorporación de la Intendencia de San Salvador como un estado más de la Unión Americana; a principios de marzo de 1824 regresó a Guatemala y allí tomó posesión del cargo de miembro del Triunvirato Ejecutivo de las Provincias Unidas del Centro de América; y luego; a mediados de abril siguiente, ingresó en San Salvador, donde un año atrás había dejado a su esposa doña Felipa Aranzamendi, a sus hijas y deudos, y donde tenía que dar cuentas de su misión en Washington a las nuevas autoridades.

 

El 5 de agosto de 1823, a dos días de que partieron de la ciudad de Guatemala las tropas de ocupación mandadas por el Brigadier Vicente Filísola, se emitió la siguiente ley:

 

"La Asamblea Nacional Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América, considerando necesario arreglar de algún modo la Fuerza Armada y prescribir el régimen militar que por ahora puede adoptarse; ha tenido a bien decretar y decreta:

 

1°. Habrá un Comandante General de las Armas en cada una de las Provincias Unidas del Centro de América.

 

2°. Estos Comandantes serán absolutamente independientes entre sí, y dependientes sólo del Supremo Poder Ejecutivo por medio del Ministerio de la Guerra y de la Junta Consultiva de Guerra en los términos que este decreto expresa.

 

3°. Tendrán en lo contencioso, con respecto a la fuerza de su mando, las atribuciones que designa a los Capitanes Generales de Provincia la Ordenanza Española del Ejército con sus modificaciones posteriores.

 

4°. Para Auditores de Guerra se servirán de los jueces letrados de las capitales de provincia.

 

5°. Se formará una Junta Consultiva de Guerra, compuesta de cuatro oficiales veteranos y el Auditor General de Guerra.

 

6°. Las atribuciones de esta Junta serán:

 

Primero: Consultar al Supremo Poder Ejecutivo en lo concerniente a la dirección y economía de la Fuerza Armada.

 

Segundo: La inspección general de las armas de las Provincias Unidas.

 

Tercero: En lo contencioso las que la Ordenanza Española del Ejército, con sus modificaciones posteriores, designa al Supremo Consejo de la Guerra.

 

7°. El Supremo Poder Ejecutivo formará el reglamento de esta junta, que deberá pasar a la aprobación de la Asamblea.

 

8°. Los individuos de ella no tendrán más sueldo que el que les corresponde por sus respectivos empleos.

 

9º En caso de Guerra se Nombrará un General en Jefe del Ejército

 

El 17 de diciembre de 1823 se dieron a conocer las "Bases de la Constitución Federal": en el Art. 10, se consignó: "Art. 10.- Atribuciones del Poder Ejecutivo: 3°. Dirigirá la Fuerza Armada de la Federación"; y en el Art. 34, relativo a las atribuciones propias de los Jefes de Estado, figura la siguiente disposición: "Art. 34- Está a su cargo: 3°. Disponer de la Fuerza Armada del Estado, y usar de ella en su defensa, en caso de invasión repentina, dando cuenta inmediatamente a la Legislatura del Estado, para que ésta lo haga al Congreso Federal".

 

El 5 de marzo de 1824 se instaló en la ciudad de San Salvador el Congreso Constituyente del Estado, integrado por tres diputados electos por los pueblos de la Alcaldía Mayor de Sonsonate y quince representantes por los pueblos de la Intendencia de San Salvador, y bajo la presidencia del Presbítero Licenciado José Mariano Calderón, uno de los trece signatarios del Acta del 15 de Septiembre de 1821.

 

El domingo 14, en acto público y solemnísimo, abrió el período de sus sesiones, "en actitud de deliberar sobre los grandes objetos de su atribución".

 

Asistieron a este acto el Intendente Jefe Político don Mariano Prado, el Ministro Plenipotenciario ante los gobierno de las Repúblicas de América del Sur Doctor Pedro Molina, el diputado constituyente y "Benemérito Padre de la Patria" Doctor José Matías Delgado, "el (Ciudadano) Comandante General (Coronel José de Rivas) y la oficialidad que le acompañaba", y otros notables personajes.

 

2. Homenaje a los ilustres defensores de la libertad.

 

El 29 de marzo de 1824 se emitía la siguiente ley constituyente:

 

"El Congreso Constituyente del Estado, deseando perpetuar la memoria de los dignos ciudadanos que han sacrificado sus personas e intereses, desde los años de 11 y 14 (1811 y 1814) hasta la época actual, por la sagrada causa de libertad e independencia de la Patria, dándoles muestras de consideración que le merecen los heroicos esfuerzos hechos en su sostenimiento y defensa, y premiar al mismo tiempo sus servicios, en cuanto las circunstancias lo permitan, tanto por exigirlo así imperiosamente la justicia, como para estimular la virtud patriótica a las generaciones futuras; ha tenido a bien decretar y decreta":

 

1°. Que se forme un libro, en que se inscriban los nombres de los que murieron en la guerra y los de sus esposas e hijos; los de aquéllos que han quedado baldados, heridos, o expusieron sus vidas por la libertad; los que por la misma causa han sufrido prisiones y quebrantos en sus bienes; los de todos aquéllos que supieron consolidar y formar opinión, y dirigir a los patriotas por las sendas de la gloriosa libertad.

 

2°. Que los empleos públicos, civiles, militares y eclesiásticos y todo puesto honorífico del Estado, deben precisamente ocuparlos los inscritos en el referido libro, habiendo en ellos capacidad, y observando las ritualidades de las leyes, como fianzas, etc. prefiriendo siempre a los de los años 11 y 14, a quienes conocieron y trataron los tiranos con el nombre de "insurgentes".

 

3o. Los huérfanos, que por muerte o ausencia de sus padres hubieren quedado de menor edad, el Gobierno debe encomendarse de su instrucción para que en todo tiempo, si llega el caso, sepan sostener los derechos que sus padres defendieron.

 

4o. Que, para merecer estar suscrito en el catálogo de los ilustres defensores de la libertad, se observarán las reglas siguientes:

 

Primera. Se presentarán ante el Alcalde del lugar en donde contrajeron el mérito, y con citación del Síndico, se tomarán las pruebas que pida el interesado. Después de oído el Síndico, se leerán en la tertulia patriótica, si la hubiere, y si no, el Alcalde los leerá en público; después de este paso, la Municipalidad, en sesión secreta, se impondrá de los documentos y a continuación pondrá su informe, aproximado siempre a la verdad.

 

Segunda. En este informe podrá aumentar los méritos, o disminuirlos, según convenga, a fin de que los hechos queden mejor calificados; cuyo informe cerrado se dirigirá al Gobierno, para que por este conducto pase a la Secretaría del Congreso.

 

Tercera. Si entre los individuos de la Municipalidad hubiese algún deudo del interesado, no deberá asistir a la sesión.

 

Cuarta. Habrá muchos beneméritos, que no intenten hacer mérito de las virtudes patrióticas con que se han distinguido; en este caso el Gobierno puede pedir informe a las Municipalidades, de todos aquellos que tuviere noticia, y las mismas Municipalidades pueden hacerlo de oficio, dirigiéndose por el conducto del Gobierno.

 

Quinta. Cuando se verifique la fábrica del cementerio de esta ciudad (que será a la mayor brevedad) deberá haber un lugar distinguido para las reliquias de los mártires de la libertad, en donde se les dará sepulcro a los que fueren muriendo y estuvieren en el libro contenido en el artículo 1o., y se pondrá una inscripción que diga: Murieron defendiendo la Patria.

 

5o. Lo expuesto se entiende sin perjuicio del montepío militar que, según Ordenanza, estén disfrutando las viudas y los huérfanos e inválidos, ínterin el Gobierno les da colocación".

 

3. Recibimiento de Arce en el Congreso Constituyente Salvadoreño.

 

Al tenerse noticia, en el seno del Congreso Constituyente del Estado, de que se encontraba ya en San Salvador el Coronel Manuel José Arce, miembro del Triunvirato Ejecutivo y antiguo Comandante General de las Armas, se integró el 17 de abril de 1824 una comisión legislativa, para que de inmediato pasara a su residencia a cumplimentar al ilustre prócer en nombre de los depositarios de la soberanía estatal y a indicarle, que el día siguiente, deseaban recibirlo en el Congreso Constituyente con todos los honores.

 

Arce, por su parte, presentó a los comisionados Licenciado José Damián Villacorta y don Sixto Pineda, "las manifestaciones propias de su patriotismo y adhesión" al Congreso Constituyente del Estado, según consta en el acta de la sesión de ese día.

 

El 18 fue día grande en los anales patrios. Hubo sesión extraordinaria en la Cámara Constituyente. Primero, se juramentó y posesionó de su cargo de diputado al prócer don Juan Manuel Rodríguez; y luego, ante la proximidad del Coronel Manuel José Arce, quien venía acompañado del Jefe Político Mariano Prado y de los Doctores José Matías Delgado y Pedro Molina, salió a recibirlo una comisión diputadil formada por los ciudadanos Mateo Ibarra, Coronel Joaquín de San Martín, Benito González Martínez y Manuel Romero.

 

Introducido en el santuario de las leyes, en la mesa de honor se sentaron en su orden, de izquierda a derecha del observador, el Doctor Pedro Molina, el Coronel Manuel José Arce, Mariano Fagoaga, a la sazón presidente del Congreso Constituyente, Mariano Prado y el Doctor José Matías Delgado.

 

Y, según el tenor del acta respectiva, "tomando la palabra el Ciudadano Arce manifestó al Congreso cuánto era su reconocimiento y gratitud por la consideración con que se le trataba, protestando que ocuparía más gustoso un asiento en su seno que el destino de individuo del Supremo Gobierno para acreditar así a este Estado cuánto es el amor que le profesa; y ofreciendo derramar gustoso la sangre de sus venas al lado de sus compañeros de armas, por sostener los derechos de sus hermanos".

 

El ciudadano presidente Fagoaga "dio a los CC. Arce y Rodríguez la enhorabuena por su llegada, manifestándoles que el mismo Congreso esperaba de su amor y decisión por el sistema, continuarían trabajando hasta lograr la felicidad de la Patria".

 

En la sesión del 21 de abril de 1824, "El C. (Mateo) Ibarra hizo una proposición reducida, primero a que se nombrase Jefe del Estado al ciudadano Coronel don Manuel José Arce, mientras se da la Constitución, se organiza la administración pública en todos los ramos, y se prescribe la forma en que se deba hacer la elección; Segundo, que se le reelija o restablezca en la Comandancia General de las Armas; tercero, que se le señale una renta anual moderada, cual permite el déficit de la Hacienda; cuarto, que se mande pagar lo que se le adeuda por razón de su viaje a Norte América".

 

En consideración de que el Coronel don Manuel José Arce era miembro del Triunvirato Ejecutivo y que su permanencia en él "era útil a la República", los diputados constituyentes eligieron como primer Jefe de Estado al prócer Juan Manuel Rodríguez, cargo para el cual fue juramentado en sesión del día 22.

 

En esta sesión del 22 dice el acta correspondiente, "Se dio cuenta con una nota del ciudadano, Manuel José Arce, a que acompaña una instancia de los individuos inválidos, para que por el Congreso se tuviese en consideración el estado a que se hallaban reducidos; y en el mismo instante el C.(Mateo) Ibarra presentó otra exposición de dicho C. Manuel José Arce recomendando a la viuda de Arcolsa (Fernando de Arcolsa) muerto en acción de 7 de febrero de 1823)".

 

También se leyó una proposición suscrita por muchos diputados, pidiendo que "se quemen en la plaza pública por el ministro público en todos los pueblos, las actas y cualesquiera otros documentos en que conste haberse jurado vasallaje o reconocido la usurpada autoridad del tirano de México Agustín Iturbide".

 

En la sesión del día 23, "Se dio cuenta con una exposición del C. Manuel José Arce, recomendando la miserable situación de las viudas, mujeres e hijos de los que en la guerra han padecido y muerto por la defensa de la Patria".

 

"Se dio cuenta con otra instancia del C. José María Estupinián sobre que se le restablezca a la clase de Sargento Primero Veterano con el grado de Subteniente, de que fue despojado por el Gral. (Vicente) Filísola.

 

En la sesión del día 26, se leyó la instancia del C. "Cayetano Herrarte sobre que se le dé por su adhesión al Gobierno (y al) sistema y padecimientos por él sufridos, colocación en el cuerpo de artillería".

 

4. Primeros pasos pro fundación del Ejército Salvadoreño:

 

Empero, en la sesión del Congreso Constituyente del Estado, de 27 de abril e 1824, es cuando se dieron los primeros pasos en firme para la fundación e institucionalización de la Fuerza Armada salvadoreña.

 

Ese día, en efecto, "Se dio cuenta con la instancia de varios individuos del Escuadrón de Dragones de esta Ciudad, en que piden con apoyo y recomendación del C. Manuel José Arce, antiguo Comandante y Coronel de ese cuerpo, su reorganización".

 

En la sesión del día 28, "El C. Comandante General Macario Sánchez pasó una nota, acompañando un estado de la guarnición de esta plaza y de las guardias que hay que cubrir; y haciendo observaciones sobre que no hay posibilidad de cubrirlas por su cortedad".

 

En la sesión del día 29, el diputado Licenciado Presbítero José Mariano Calderón, recordando "las hablillas que maliciosamente se difunden y circulan en Guatemala contra el buen nombre de esta Ciudad San Salvador; contra el Congreso Constituyente del Estado, y especialmente contra los CC. Dr. José Matías Delgado y Cnel. Manuel José Arce, según las noticias contadas que por el último correo se han recibido de aquella ciudad, propuso que Arce resumiese el ejercicio de la Comandancia General, de que es propietario, con el objeto de desmentirlas".

 

"Y habiéndose discutido lo bastante esta moción, teniéndose presente que no ha podido dudarse de ser Arce el Comandante General, lo cual ha sucedido de hecho, según dijo el C. Ramón Meléndez, pues se veía que no estaba reconocido, a propuesta suya quedó acordado se dijese al Gobierno que, siendo el Comandante General de las Armas del Estado el C. Manuel José Arce, y debiendo ser reconocido como tal, entrando si le pareciere al ejercicio de las funciones durante su permanencia en esta Ciudad; así lo haga entender el mismo Gobierno a quienes corresponda para los fines consiguientes".

 

En esa misma fecha, 29 de abril de 1824, se emitió la ley cuyo tenor literal reza:

 

"El Congreso Constituyente del Estado, con el objeto de facilitar a los servidores de la Patria la justificación de sus méritos, para que puedan optar a los premios señalados por decreto de 29 de Marzo último; ha tenido a bien decretar y decreta":

 

1o. Que por la práctica de las diligencias prevenidas en la regla 1a. del artículo 4º. no se les lleve derecho alguno, sin que por esto se les retarde el despacho, y que tanto las representaciones, como las diligencias expresadas, se admitan y practiquen en papel blanco.

 

2o. Que los militares sigan sus justificaciones, ante sus jefes respectivos, dando el informe, que se exige de las municipalidades para los simples ciudadanos, los Capitanes de todo el cuerpo a que pertenezcan, observando lo que se previene en las reglas 2a. y 3a. y 4a. del mismo artículo".

 

En la sesión del día 30, "Se dio cuenta con una solicitud de Francisco Tomasino, Cabo 1o. veterano del Cuerpo de Artillería, que hizo la defensa de esta Provincia, en que pretende ser colocado en su clase en la guarnición de esta Ciudad, recomendándole el C. Comandante General Manuel José Arce".

 

Igual petición hizo el "Cabo 2o. del mismo cuerpo de Artillería, Cipriano Anaya".

 

"Se dio cuenta con el dictamen de la Comisión de Premios sobre la recomendación que el C. Arce hace del defensor de la Patria Fernando Arcolsa.

 

Es opinión de que se le socorra desde el día del fallecimiento de su esposo, con arreglo a Ordenanza; y que para eternizar la memoria de aquel individuo, se ponga en la galería de este Congreso un jeroglífico, en que se inscriba su nombre y los motivos de su muerte y también se estampe en caracteres de oro en el mismo jeroglífico alegoría las palabras que dirigió a su esposa en sus últimos momentos, recomendándola entregase al Jefe de las Armas la espada que este le dio para que peleara en defensa de la libertad de la Patria".

 

El acta de la sesión del 3 de mayo de 1824, dice:

 

"Se dio cuenta con el dictamen de la Comisión de Guerra en la solicitud de varios individuos del Escuadrón de Dragones, sobre restablecimiento de este Cuerpo. La Comisión es de sentirse acceda a ella, y que también se manden restablecer los Cuerpos de Sonsonate y Santa Ana, mandados extinguir por la Asamblea Nacional Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América, fundándose en el decreto de 24 de Marzo de 1824 librado por el Supremo Poder Ejecutivo"

 

"El C. Ramón Meléndez observó que no se podían mandar restablecer los Cuerpos de Milicias de Santa Ana y Sonsonate, sin previo acuerdo con la Asamblea Nacional Constituyente; y que con respecto al Escuadrón de Dragones de San Salvador, podía desde luego quedar acordada su reorganización, pues no se hallaba en igual caso que aquellos".

 

"El C. Sixto Pineda, como individuo de la Comisión, opinó que, siendo ya parte de este Estado, Sonsonate, podía este Congreso mandar restablecer las Milicias en aquella Villa, como había podido el Gobierno de Guatemala cuando pertenecían a aquella Provincia mandar se extinguiesen".

 

"Hubo algunas explicaciones sobre este punto; los CC. Pbro. Lic. José Mariano Calderón, Pbro. José Miguel de Castro y Lara y Sixto Pineda hablaron en favor del dictámen; y ocurriendo duda sobre si el decreto de 24 de Marzo último citado por la Comisión, comprendía los Cuerpos de Milicias de Santa Ana y Sonsonate, en cuyo caso podía mandarse su restablecimiento”.

 

“El diputado Ramón Meléndez fue de sentir que para salir de ella, se trajese a la vista el decreto; pero que no estando en igual caso el Escuadrón de Dragones de San Salvador se acordase desde luego su reorganización".

 

"Los CC. Presidente Mariano Fagoaga y Pbro. Lic. José Mariano Calderón fueron de opinión que, no siendo urgente el acuerdo con respecto al Escuadrón, se reservase hasta que se trajese a la vista el decreto; y el C. Ramón Meléndez insistió con empeño, manifestando que no era necesario ver el decreto para acordar el restablecimiento del Cuerpo de Dragones de esta Ciudad; y el C. Sixto Pineda le requirió sobre que indicase los motivos por qué se empañaba, después de esto, dijo. le sorprendía. (Ramón) Meléndez explicó las razones; últimamente se acordó diferir la resolución para después de visto el citado decreto".

 

"La Secretaría informó dice el Acta de 4 de mayo de 1824 no haberse podido conseguir el decreto de 24 de Marzo último citado por la Comisión de Guerra en su dictamen sobre organización del Escuadrón de Dragones de esta ciudad, y demás Cuerpos Provinciales de Milicias disciplinadas. Añadió lo mismo que ... en la discusión de ayer".

 

"El C. Benito González Martínez manifestó que ya en la sesión anterior había manifestado que en su concepto no había más decreto ni más disposición del Gobierno Federal que el que se había tenido a la vista, que tiene la fecha citada; que este decreto, previniendo se disciplinen los Cuerpos de Milicias, se refiere al citado Escuadrón (de Dragones de San Salvador), al de San Vicente y otros que se juzguen existentes; puesto que, si no existen, es sólo por un efecto de las circunstancias referidas que obligaron a su disolución.

 

Concluyó exponiendo que el voto era, como ayer manifestó, el mismo que el del C. (Ramón) Meléndez, esto es, que debía acordarse la reorganización del Cuerpo de Dragones, y acordar con la Asamblea Nacional Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América sobre la de los Cuerpos de Sonsonate y Santa Ana".

 

5. Urgencia de organizar el Ejército.

 

"El C. Mateo Ibarra, haciendo mérito de que multiplicándose los Cuerpos Militares con diferentes denominaciones, se suscitaban entre unos y otros rivalidades, de que se seguían graves inconvenientes; que con respecto a las Milicias Cívicas, éstas, por una consecuencia del método adoptado para su organización, no producían los buenos efectos de su instituto; y que en general el asunto de creación de Cuerpos Militares, aunque interesante, era grave y que por lo mismo necesitaba de meditarse; propuso que se nombrase una Comisión especial que yendo a conferenciar con el Comandante General Manuel José Arce, se pusiese de acuerdo con él sobre lo que debía practicarse para organizar una fuerza que sea útil al Estado, y proponga el proyecto que parezca más oportuno".

 

"Se acordó de conformidad; que fueron nombrados para la Comisión el mismo proponente (C. Mateo Ibarra y los CC. Sixto Pineda y Pbro. Pablo María Sagastume".

 

En sesión, de 6 de mayo de 1824, se eligió presidente del Congreso Constituyente al Pbro. Pablo María Sagastume y en ella, "A instancias del C. Ramón Meléndez, manifestó el C. Mateo Ibarra, como individuo de la Comisión, que se había abocado con el C. Comandante General Arce, y hablado sobre la organización del Escuadrón de Milicias de esta Ciudad; y que teniendo él ya concluidos sus trabajos, habían quedado de acuerdo: que pasaría toda la Comisión a conferenciar el asunto".

 

6. Discusión respecto a la Ordenanza del Ejército.

 

El 7 de mayo de 1824 iba a ser un día memorable para la Patria. Asistieron a la sesión de esa fecha el presidente del Congreso Constituyente Pbro. Pablo María Sagastume y los diputados señores Mateo Ibarra, Bonifacio Paniagua, Lic. José Damián Villacorta, Pbro. Lic. José Mariano Calderón, Pbro. Miguel José de Castro y Lara, Ramón Meléndez, Sixto Pineda, Manuel Romero, Benito González Martínez, León Quinteros, Mariano Fagoaga, Cnel. Joaquín de San Martín, Hermenegildo Gutiérrez, José Miguel Guillén y José Obispo Campo.

 

Y en el acta de la sesión de dicha fecha, aparecen los siguientes párrafos:

 

"Se leyó el informe de la Comisión Especial, encargada del Comandante General de las Armas de este Estado sobre arreglo y organización de la fuerza que debe levantarse para el sostenimiento de la libertad y defensa de los derechos de los Pueblos; y hecha indicación por el mismo C. Mateo Ibarra sobre que inmediatamente se procediese a la votación; el C. Lic. José Damián Villacorta expuso que, aunque estaba persuadido que el proyecto presentado por la Comisión estaba arreglado, por haber intervenido en su formación el C. Manuel José Arce, cuyos méritos, instrucciones y pericia militar no negaba; sin embargo convenía al decoro y a la dignidad del congreso que se discutiese dicho proyecto en el todo y en cada uno de sus artículos".

 

"El C. Benito González Martínez dijo que, siendo el proyecto formado por un hombre inteligente Manuel José Arce en la materia; y no pudiéndose variar alguno de los artículos sin que desmereciese el plan, era de parecer se omitiese la discusión que se proponía, cuyos conceptos fueron apoyados por el C. Mateo Ibarra extensamente. A todo contestó el C. Lic. José Damián Villacorta, que entendía indispensable la discusión, y que se retardase para el día de mañana, a efecto de que los Diputados se pudiesen enterar del proyecto; porque, aunque respetaba la obra presentada, por haberla hecho un hombre inteligente el Coronel Manuel José Arce, la inspección y el examen en el Congreso era esencialmente necesaria para su aprobación; que se trataba de dar una nueva forma a los Cuerpos de Tropas....día ser contrario a la organización de ... (la Milicias) Cívicas, las que generalmente estaban adoptadas (a) semejanza de otros países libres en este Estado, y en los demás de la Federación".

 

"Tomó la palabra el C. Mateo Ibarra, como individuo de la Comisión, diciendo que la fuerza que se trataba de organizar en ningún concepto era contraria y perjudicial a la Cívica; la que si se quería extender, quedaba organizada bajo el pie y forma en que actualmente se hallaba".

 

"El C. Coronel Joaquín de San Martín propuso que con todo lo resuelto se había de dar cuenta al Supremo Poder Ejecutivo de la Federación; de cuya aprobación necesariamente resultará si ha de tener efecto o no la organización que se proyecta; y se contestó por la Comisión que había un articulo relativo a esto".

 

"Hecha insinuación por el C. Pbro. Lic. José Mariano Calderón sobre los fondos que se habían de erogar en los sueldos de la tropa, el C.(Pbro. Miguel José de) Castro y Lara dijo, que el presupuesto de los gastos de la tropa que se trataba de levantar, era sin duda alguna inferior al que estaba causando la fuerza que actualmente está sobre las armas".

 

"Tomada la palabra el C. Mateo Ibarra dijo, que si se quería, se podía acordar una junta extraordinaria para discutir el proyecto; a lo que repuso el C. Ramón Meléndez que el dictamen de que inmediatamente se procediese a verificarlo, no encontraba ningún inconvenientes. Con lo que declarado el punto por suficientemente discutido, se conformó el Congreso, salvando sus votos los CC.(Mariano) Fagoaga y Lic. José Damián Villacorta, que opinaban que se debía diferir la discusión para el día siguiente".

 

7. La Ordenanza Militar de Manuel José Arce.

 

"Se leyó el artículo primero. Y el C. Pbro. Miguel José de Castro y Lara se opuso a que la fuerza se denominase con el nombre de "Legión de la Libertad del Estado Salvador" respecto a que aun no se había acordado la denominación del Estado; por ser esto propio de la Constitución que estaba para darse.

 

Habida una ligera discusión, se aprobó el artículo, sustituyendo solamente a la palabra "Salvador" el nombre que se le ha de dar al Estado (El Salvador)".

 

"Se aprobaron los artículos segundo y tercero, después de su lectura. Leído el cuarto, el C. Lic. José Damián Villacorta dijo, que él no estaba en estado de votar; pues aún no había comprendido suficientemente el proyecto, y que consideraba que de la misma manera otros CC. Diputados carecerían de la inteligencia necesaria; cuyo concepto fue aprobado por el C. José Obispo Campos, quien preguntó si la fuerza que se quería levantar, se había de componer de Milicianos Cívicos; a lo que contestó el C.Pbro. Miguel José de Castro y Lara que, debiendo componerse de los CC. del Estado, claro es que debía echarse mano del número de cívicos que fuese necesario, quedando el resto en esta Milicia".

 

"El C. Mariano Fagoaga reprodujo lo expuesto por el C. Lic. José Damián Villacorta sobre que se reservase la discusión; lo que finalmente fue despachado".

 

"El C. Pbro. Lic. José Mariano Calderón preguntó: que debiendo llevar el nombre los batallones de San Miguel, San Salvador, San Vicente, etc., por qué razón se excluía el nombre de Santa Ana al Escuadrón que se iba a formar en ese partido; y que sería causa de nuevos resentimientos, a la vista de que en Sonsonate se había mandado restablecer aquel cuerpo.

 

A lo que contestó el C. Miguel José de Castro y Lara que Santa Ana no se había agregado jamás, y que siempre había sido parte integrante de la Provincia".

 

"En consecuencia expuso el C Lic. Pbro. José Mariano Calderón que sería sensible se descompusiese la obra tierna de Santa Ana, que acababa de agregarse, si se le señalaba, no dándole lugar ni mentándola siquiera por los pueblos de que iba a componerse, el nombre de aquel partido; y concluyó pidiendo que, para que no se agriasen más las cosas, era un poco político que se le diese lugar en dicho escuadrón; sucediendo entonces que quedasen premiados los verdaderos liberales y adictos al sistema, y castigados los que no lo sean, por el hecho de excluirse de este servicio.

 

Cuyos conceptos fueron aprobados por el C. Bonifacio Paniagua y Sixto Pineda, el que agregó que nada tendría que temerse de Santa Ana, si, como se debe, se han de excluir a los capciosos de dicha villa".

 

"El C. Mateo Ibarra, notando la apatía del vecindario de Santa Ana en dar cumplimiento al decreto de la Junta Gubernativa para la elección de Diputados para este Congreso, que hizo necesario enviar a ella la fuerza auxiliar de San Miguel, causando demasiados gastos; la lentitud y ningún resultado que ofrece el (decreto) dado por la Asamblea Nacional Constituyente, sobre organización de la fuerza cívica, sin embargo de que hace cinco meses que en Cabildo abierto se acordó lo conveniente a este propósito, que era facilísimo de ejecutar; y los costos y medidas inoficiosas, tomadas por aquella Municipalidad, sobre guardas y demás de la Renta de Tabaco, cuando desde luego debió conocer que no podría impedirse de hecho y en efecto la venta clandestina del mismo fruto, opinaba que por ahora no le parecía se nombrase a Santa Ana para la formación de la Fuerza de la Legión Libertadora del Estado Salvador, porque en buena y justa política debía manifestarse el premio y castigo, según lo merecían los pueblos, y porque así Santa Ana podría siquiera conducirse como Sonsonate, para hacerse acreedor a igual demostración, como lo deseaba por amigo e interesado en que todos los Pueblos de Estado se comporten con una conducta verdaderamente liberal y virtuosa como republicana".

 

Y después de largo acalorado debate, declarando el punto suficientemente discutido, y puesto a votación nominal se declaró: que en el Escuadrón que había de componerse de los Pueblos de Chalchuapa, Texistepeque y Coatepeque, entrase también la Villa de Santa Ana; salvando (Ramón) Meléndez su voto".

 

"Leídos los artículos 5°, 6° y 7°, se aprobaron sin discusión. Leído el 8°. el C. Pbro. Lic. José Mariano Calderón hizo pregunta: si el nombre de los empleos es perpetuo o provisional; a lo que contesto el C. Ramón Meléndez que, no estando aprobadas las bases de la Federación, ni la Constitución del Estado, precisamente dichos nombramientos se habían de entender provisionales.

 

Y después de una larga discusión en las dos partes que comprende el artículo 8°. se aprobó sin más mutaciones que la que el número de municipales que había de asistir a las elecciones de oficialidad fuese igual de los militares".

 

"Puesto últimamente a discusión el artículo 9° y el adicional sobre que las milicias cívicas queden bajo el mismo pie en que en la actualidad se hallan; ambos fueron aprobados".

 

8. Un día de gloria.

 

El 7 de mayo de 1824, pues, el Congreso Constituyente del Estado emitió la Ordenanza o Ley Constitutiva de su Fuerza Armada, que recibió el nombre de "Legión de la Libertad del Estado de El Salvador", con toda justicia, porque sus filas las integraron los héroes del Espinal, Concepción Ramírez, barrio del Calvario y Santa Lucía, Chinameca, Guazapa, San José del Guayabal y Ayutuxtepeque- Mejicanos, inmortales acciones de armas en que jefes, oficiales, soldados y civiles salvadoreños, supieron acreditar ante la historia que "la milicia no es más que una religión de hombres de honor".

 

La Ordenanza dejaba subsistentes a las milicias populares, tan necesarias y útiles en tiempo de revolución y de perturbaciones políticas, pero cuya existencia no se justifica cuando las sociedades organizan una Fuerza Armada permanente, disciplinada y técnicamente preparada para los usos de la guerra.

 

Ellas desaparecerían, por inacción, a medida que el ejército regular consolidara su institucionalidad.

 

9. Posición del Jefe de Estado.

 

Emitida la Ordenanza de la Legión de la Libertad, faltábale desde luego, la sanción y demás trámites de rigor para su obligatoriedad irrefragable.

 

El acta de la sesión de 8 de mayo de 1824, dice:

 

"También se dio cuenta con una nota del Jefe de Estado don Juan Manuel Rodríguez, expresando que teniendo noticias de estarse discutiendo el interesante negocio de la organización de la fuerza Militar del Estado, se tuviesen a la vista las bases constitucionales de las Provincias Unidas del Centro de América, por las cuales se le conceden algunas atribuciones sobre nombramiento de funcionarios; las cuales reclama por ser responsable de la administración del Gobierno".

 

"El C. Mateo Ibarra expuso que lo determinado se había de pasar al Jefe del Estado, con quien absolutamente se había de poner de acuerdo todo; que las bases de la Constitución no eran más que el fundamento de ella; por lo que substancialmente venían a ser lo mismo".

 

"El C. Hermenegildo Gutiérrez dijo que, si no se engaña las bases de la Constitución son el cimiento sobre que se había de trabajar la construcción misma; por lo que desde que principiaron las sesiones, el Congreso las mandó pasar a la Comisión, para que las examinase previamente.

 

Habiendo expuesto el C. Pbro. Lic. José Mariano Calderón que todo lo determinado sobre la organización de la Fuerza Militar, llevaba el carácter de provisional; y concluyó con que en nada se oponía a las publicadas por la Asamblea Nacional Constituyente".

 

"El C. Ramón Meléndez hizo indicación sobre que se pasase el decreto al Jefe de Estado, a efecto de que presentase las observaciones que tuviese que hacer; cuyo concepto fue apoyado por los CC. Pbro. Lic. José Mariano Calderón y Sixto Pineda".

 

"El C. Mateo Ibarra dijo: que se trataba de despachar el asunto con prontitud, porque así urgía, y porque el C. Comandante General de las Armas Coronel Manuel José Arce estaba para volverse a su destino en Guatemala; y continuada la discusión, se acordó que se pasase el acuerdo al Director Jefe de Estado, sin prevención ninguna".

 

En la noche del domingo 9 de mayo de 1824, hubo una sesión extraordinaria presidida por el Pbro. Pablo María Sagastume. De acuerdo al acta respectiva, "El C. Presidente hizo la manifestación siguiente: El P. Obispo electo Doctor José Matías Delgado y el C. Comandante General de las Armas Coronel Manuel José Arce me han impuesto: que los soldados y resto del pueblo reunidos les han manifestado que no les permitirán salir de esta ciudad, mientras tanto no viesen cumplimentado el decreto dado sobre organización de los Cuerpos de Infantería y Dragones; y por tanto insinuado que le convendría dar cuenta al Congreso en sesión extraordinaria, para que se digne tomar en el caso la providencia que estime conveniente".

 

"El C. Mateo Ibarra tomó la palabra, diciendo que para evitar los efectos que podían resultar si el aumento que se había tomado en consideración no se determinaba con la armonía y delicadeza que exigía el caso, pedía el Congreso, si lo tenía a bien, nombrar una comisión para que pasase a conferenciar con el Jefe de Estado y con el Comandante General la ejecución del decreto de 7 de mayo de 1824 sobre organización de tropas, a fin de que amistosamente compusiesen el asunto, poniendo en armonía a ambas autoridades; y en su consecuencia que en el momento podía nombrarse la Comisión indicada para que saliese a evacuar su objeto, quedando entre tanto reunido el Congreso hasta que volviese a dar cuenta con el resultado; cuya exposición fue apoyada por el C. Ramón Meléndez y el C. Manuel Romero".

 

"El C. Coronel Joaquín de San Martín expuso que sería más oportuno que se hiciera venir al Congreso al los CC. Jefes de Estado y Comandante General, para que se reuniesen en la sala de descanso, tuviesen la conferencia que se proponía".

 

"A lo que contestó el C. Ramón Meléndez que parecía impropio, que la primera autoridad del Estado viniese a tratar asuntos a la pieza de descanso de los CC. Diputados; y que así era de sentir se hiciese la indicación del C. Mateo Ibarra.

 

La que después de una ligera discusión sobre los CC. Diputados que habían de componer la Comisión, fue acordado, quedando nombrados para ella los CC. Mateo Ibarra, Coronel Joaquín de San Martín, Ramón Meléndez y Presbítero Miguel José de Castro y Lara, en el caso de que a éste se le llegase a encontrar.

 

Y en el instante salieron los tres primeros a cumplir su encargo".

 

"Habiendo vuelto como a las siete de la noche, el C. Mateo Ibarra tomó la palabra, manifestando que en cumplimiento de su misión, habían pasado a casa del Comandante General Coronel Manuel José Arce y Padre Obispo Doctor José Matías Delgado; y acompañado de estas dos personas, se dirigió la comisión a casa del Jefe del Estado don Juan Manuel Rodríguez, con quien se tuvo la conferencia amistosa prevenida por el Congreso; y mediante ella se consiguió poner en buena disposición al Jefe de Estado; quien desde luego quedó allanado a cumplimentar el decreto sobre levantamiento de tropas, sin perjuicios de algunos reparos y objeciones que tenía que manifestar en algunos puntos particulares; y concluyó con que, no habiendo surtido la conferencia todo el efecto que era de esperar, se previniese inmediatamente al Jefe del Estado cumplimentase en el momento y sin réplica alguna el referido decreto".

 

"El C. Ramón Meléndez dijo: que se declarase inmediatamente si el Jefe del Estado tiene facultad de suspender los decretos y órdenes del Congreso; que en su concepto carece de ella absolutamente, pues sus atribuciones no reasumen la sanción de la Ley".

 

"El C. Lic. José Damián Villacorta repuso: que en los tiempos de despotismo y de la tiranía, las autoridades inferiores tenían facultad de suspender, dando cuenta las providencias que se llamaban soberanas; y por consiguiente era cosa fuerte que se denegase esa facultad a la primera autoridad del Estado".

 

"El C. Pbro.Lic.José Mariano Calderón manifestó que no encontraba inconveniente alguno en que se le pasase recado al Comandante General, a efecto de que suspenda su marcha por uno o dos días; y que mientras podría oírse al Jefe del Estado".

 

"El C. Miguel José de Castro y Lara dijo: que no habiéndose de poner en ejecución el decreto de la materia, mañana a las siete del día, era de opinión que a esta hora se reuniera el Congreso, y con más acuerdo y deliberación dictase la providencia que se creyese oportuna; pues era temible que se sonase por fuera que se había comprometido la libertad del Congreso y se le había violentado a tomar una resolución del asunto".

 

"El C. Manuel Romero hizo presente, que se había acordado dar cuenta con este asunto al S.P.E. de la Federación; con cuya aprobación se había de contar indispensablemente para poner en planta la fuerza que trataba de organizar".

 

"Habiendo vuelto el C. Ramón Meléndez a llamar la atención sobre la indicación que había hecho a fin de que se declarase si el Jefe del Estado podía suspender o no las providencias del Congreso; se declaró sin lugar a la discusión; la que habiendo versado sobre si se reiteraba la orden de cumplimentar el decreto, puesto el punto a votación nominal, se acordó que así se verificase".

 

"El C. Mariano Fagoaga encargó a la Secretaría, por nota especial, salvase su voto en todas las providencias relativas a la organización de tropas".

 

10. Situación de las fuerzas irregulares.

 

Al ser sancionada la ley por el Jefe de Estado don Juan Manuel Rodríguez y hecha circular por el Secretario Interino del Gobierno ciudadano don Alejandro García Escalante, los próceres Delgado y Arce se dirigieron en distintas fechas rumbo a la ciudad de Guatemala, y en San Salvador quedó desempeñando el cargo de Comandante General de las Armas, con carácter de provisional, el ciudadano Macario Sánchez.

 

En acta de 21 de mayo de 1824, figura:

 

"Dada cuenta con otra nota del Ministerio, en que con consulta de la Intendencia de Hacienda, remite el plan formado por el Comandante General C. Manuel José Arce cuando se levantó la fuerza nombrada "Legión de la Libertad del Estado de San Salvador", en que aparece la tarifa de los sueldos asignados para las plazas veteranas.

 

Después de una ligera discusión, y habiendo hecho mérito de que dicha tarifa estaba aprobada en decreto de seis (siete) del corriente; se dio por ratificada dicha aprobación, y que se devuelva al Jefe del Estado, para que la mande imprimir y circular; expresando el C. Mariano Fagoaga que salva su voto".

 

En esa misma sesión, "Se leyó una nota de la Secretaría de Estado, en que dirige la solicitud del Comandante General interino. Macario Sánchez, para que se dote un escribiente, y se costeen libros estantes por la Hacienda Pública. Y se mandó pasar a la Comisión de Hacienda".

 

En la sesión del 25, según el acta respectiva, figura que "La Comisión de Hacienda es de sentir que se le manifieste no hallarse el Tesoro en estado de acceder a su solicitud; y así se acordó, aprobándose el dictamen expresado".

 

En la sesión del 28 de mayo, el diputado Pbro. Miguel José de Castro y Lara tocó un punto importante. Pidió, en efecto, que se dijese al Ejecutivo del Estado, como estaba acordado previamente, diera cuenta del estado "de las milicias cívicas en orden a su organización".

 

El diputado don Mateo Ibarra mocionó: "que tal vez convendría en el caso de tratarse de los Cívicos (milicias cívicas) de hacer alguna reforma en la ley que arregla la institución; pues era vista que lejos de producir buenos resultados, surtía los contrarios; manifestó igualmente que desde que se había tratado de adoptar esta ley por la Asamblea había hecho presente que ella en nuestros pueblos no podía ser adaptable; que sin embargo había sido de sentir posteriormente de conformidad con el civismo; pero que, siendo constante su manejo, y que nunca podrán ponerse en estado de llenar el objeto, opinaba que nada se hiciese acerca de ellos, hasta su oportunidad, en la cual no tendría inconveniente en proponer la reforma de la Ley, apoyando(se) en los fundamentos que le asisten".

 

El ciudadano don Ramón Meléndez manifestó que el Pbro. Miguel José de Castro y Lara "había padecido equivocación al creer que el Congreso había tenido acuerdo alguno respecto a los Cívicos; lo que no había sucedido"; pero el aludido replicó "que sí lo había" y "se extendió a manifestar que el objeto de la institución de los Cívicos era contrapesar la otra fuerza (el ejército regular), para conservar la libertad de los pueblos, evitando los esfuerzos con que alguna vez quisiese algún déspota atacar la libertad; que la de cívicos estaba decretada por la Asamblea (Nacional Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América), y lo estaba también por este Congreso (Constituyente del Estado); y que en esta virtud, le parecía que debía cuidarse de su perfecta organización e instrucción".

 

El diputado don Mateo Ibarra, uno de los más laboriosos e inteligentes miembros del mencionado Congreso Constituyente, opinó, fiel al pensamiento del Comandante General de las Armas Coronel don Manuel José Arce, "que esa división de fuerza (fuerzas regulares y milicias cívicas o antiguo cuerpo de voluntarios) había sido conveniente en España, donde regía un Gobierno Monárquico, y no entre nosotros, en que rige un Gobierno Republicano, en el cual toda la fuerza debía ser una, soldados todos los CC. (ciudadanos) y uno solo el objeto, que era el de conservar la libertades patrias".

 

Como insistiera el diputado don Ramón Meléndez, "que no había el acuerdo" a que se refería el representante Pbro. Miguel José de Castro y Lara, la mesa directiva consideró suficientemente discutido el asunto y el Congreso acordó: que "se registre el Libro de Actas, y se vea lo que se haya acordado sobre la materia".

 

"Según parece, a raíz de la asonada del Capitán Rafael Ariza y Torres el 14 de septiembre de 1823, la Asamblea Nacional Constituyente emitió una Ley organizando "las milicias cívicas", como garantes de la libertad de los pueblos ante el acecho de cualquiera que pretendiera desempeñar, en la patria el rol de un Fernando VII; y, al mismo tiempo, disolvió el Batallón del Fijo de la ciudad de Guatemala y mandó licenciar la compañía de artillería que existía en ella, "por haber tenido parte en aquel atentado".

 

11. Proyecto de bases de la Hacienda Pública.

 

En la sesión del 29 de mayo de 1824, el Congreso Constituyente del Estado conoció del "Proyecto de Bases de Hacienda Pública", y, según el acta respectiva, en la misma se aprobaron sin modificaciones los numerales 1°, 2° y 3° del Art. 8° concebidos en los siguientes términos:

 

"Art. 8°. No ascendiendo por ahora los ingresos de la Hacienda Pública, como se ha demostrado, más que a pagar la mitad de los gastos del Estado y Federación, es de absoluta necesidad: 1° Que se licencie la Fuerza Armada no necesaria. 2° Que sólo se pague prestaciones al pie veterano de la legión libertadora. 3° Que no se pague sueldo o prestaciones a los cesantes; y sí se recomienda al Gobierno los últimos y necesarios, para que los ocupe".

 

El numeral 4° del Art. 8° estatuía: "Que todos los que gocen sueldo o prestaciones no perciban más que la mitad, a buena cuenta". Y aquí, ¡ardió Troya!. Los diputados señores Manuel Romero, Sixto Pineda, León Quintero, Hermenegildo Gutiérrez y Lic. José Damián Villacorta mostraron su oposición más enérgica a "la opinión de la Comisión". En efecto, "Dichos Representantes eran de sentir que, si el Estado no tenía suficiente para mantener el número de empleados que mantenía actualmente, se redujese a la mitad; pero que de manera alguna a los que quedasen como puramente necesarios se les cercenase la mitad de su sueldo; opinaban, que si era preciso, hasta el Congreso se cercenase la mitad de los individuos que lo componían".

 

El Pbro. Lic. José Mariano Calderón, propuso una fórmula de transición, pues él dijo que "también convenía en que la rebaja de sueldos se hiciese pero de la tercera parte solamente, mediante a que habiendo empleados que tenían una corta dotación, con la mitad sola que les quedase no tendrían con que mantenerse".

 

El diputado don Mateo Ibarra, como miembro de la comisión, impugnó a los propinantes y expresó: "Que mal podía el Estado abonarlos sueldos íntegros a los funcionarios, puesto que de ello resultaba un gasto que excedía a los ingresos del Erario".

 

Finalmente, se suspendió la discusión de este negocio para tratarse en la sesión del próximo día.

 

Todo lo anterior pone de manifiesto con cuántas dificultades nuestros mayores echaron a andar la administración pública, y que por la falta misma de fondos en el Erario Estatal, desaparecieron "las milicias cívicas", cuya existencia impugnaba el Coronel Manuel José Arce, y sólo quedó en pie la "Legión de la Libertad del Estado de El Salvador", integrada por los veteranos soldados que lucharon desde el año de 1811 hasta el de 1823, por la libertad, la independencia, la república y la soberanía.

 

12. Incultura militar durante la Colonia.

 

El Pbro. Marcial Zebadúa, en la "Memoria" que presentó al Congreso Federal de Centro América, el 5 de marzo de 1825, en su concepto de Secretario de Estado, Encargado del Despacho Universal, reanimó con su docto estilo el cuadro de ignorancia en que España tenía sometido a los súbditos de América:

 

"Si el gobierno español -dijo- era cuidadosamente precavido en no permitir establecimientos literarios en América para mantener al pueblo en las tinieblas, sus miras eran aún, más profundas en alejar de los hijos del país los conocimientos de la guerra.

 

Ilustrarlos en esta materia y destinarlos a la carrera militar, era a juicio de la España poner en sus manos la Fuerza Armada que justamente recelaba se convirtiese un día en contra de los mismos opresores.

 

La obediencia pasiva era el deber de los americanos, y el derecho de mandar una prerrogativa de los españoles. Los jefes de los cuerpos, los oficiales, y aún los sargentos venían del otro lado del océano; y siguiendo este sistema de desconfianza y recelos, jamás consintió que hubiese entre nosotros ningún colegio militar, u otro establecimiento de esta clase.

 

Por otra parte, desde que un pueblo se armó contra otro pueblo, y las miras injustas o ambiciosas del poderoso pusieron al débil en la precisión de servirse del ingenio para resistir a las fuerzas superiores de su contrario, la necesidad fue perfeccionando el arte de la guerra; todos los descubrimientos, todas las ciencias se hicieron servir a los progresos en que se encuentra entre las naciones civilizadas".

 

Por consiguiente, en la época de la creación de la Fuerza Armada Salvadoreña, ni en Guatemala ni mucho menos en San Salvador había institutos o establecimientos para formar a los jóvenes en la noble carrera de las armas. Todo había que improvisarlo.

 

Todo había que erigirlo a base de un acendrado patriotismo y una consagración sin límites, en demanda de un principio de eterna verdad; que "el tener buenos soldados", como diría el Pbro. Marcial Zebadúa, es "el mejor y más seguro apoyo de la libertad de la patria", el sostén más vigoroso de la libertad e independencia.

 

El 7 de mayo de 1824, pues, se unificaron bajo una sola Ordenanza las disímiles fuerzas militares preexistentes en las antiguas provincias de la Intendencia de San Salvador y Alcaldía Mayor de Sonsonate. "La Legión de la Libertad", por consiguiente, fue el prístino núcleo de la actual Fuerza Armada de El Salvador y su primer Comandante General y Fundador el prócer Manuel José Arce, apellidado con justicia "el primer caudillo de la libertad".

 

13. Disposiciones Constitucionales.

 

El 12 de junio de 1824, el Congreso Constituyente decretó la Carta Magna de un Estado, que a partir de ese día, se denominó: EL SALVADOR, cinco meses y diez días antes que la Asamblea Nacional Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América emitiera la Constitución Federal.

 

De esa primera Constitución Política de El Salvador reproducimos el siguiente articulado:

 

Art. 9.- Si la República y el Estado protegen con leyes sabias y justas la libertad, la propiedad y la igualdad de todos los salvadoreños, éstos deben: ... 4o. Servir y sostener la Patria, aun a costa de sus bienes y de su vida si fuere necesario".

 

"Art. 29.- Son atribuciones propias del Congreso (Asamblea) 5o. Dar las ordenanzas correspondientes a la milicia cívica y disciplinada. 6o. Determinar la fuerza de línea que el Estado necesita con acuerdo del Congreso Federal. 7o. Levantar la Fuerza Armada en tiempo de Guerra correspondiente al cupo que el Congreso Federal designe".

 

"Art. 40.- Las atribuciones del Supremo Jefe (Jefe del Estado son las siguientes: ... 4o. Disponer de la Fuerza Armada del Estado, y usar de ella en su defensa en caso de invasión repentina dando cuenta inmediatamente a la legislatura del Estado para que ésta lo haga al Congreso Federal".

 

Aquella "Legión de la Libertad", célula germinal de la Fuerza armada Salvadoreña, se amasó con el denuedo, el heroísmo y el sacrificio de aquellos extraordinarios soldados, que improvisados héroes en el torrente de la guerra, desvanecieron para siempre los negros crespones de un Imperio edificado sobre los más falsos cimientos, y aseguraron a México y Centro América, su forma de gobierno republicano, democrático y representativo.

 

A esa "Legión de la Libertad" hace alusión el mensaje intitulado: "El congreso constituyente del Estado del Salvador a sus comitentes", datado en San Salvador el 23 de noviembre de 1824 y suscrito por don Miguel José y Lara, Diputado Presidente; don Ramón Meléndez, Diputado Secretario y don Bonifacio Paniagua, Diputado Secretario, en los siguientes términos:

 

"En el tiempo mismo en que se discutía el Código Fundamental que había de asegurar el orden interior, trazando el camino por donde debían marchar los encargados de su ejecución, se dio la necesaria atención a otro objeto de no menor importancia, cual era el de la seguridad exterior del Estado y de toda la República.

 

No podía haberse llenado de otra forma que organizando una Fuerza Armada capaz de mantener la responsabilidad hacia nuestro territorio y su independencia, amenazada por nuestros antiguos dominadores externos, y aun por enemigos domésticos de los cuales algunos el Capitán Rafael Ariza y Torres osó ultrajar a los pueblos en sus representantes.

 

Esta fue y es la legión de la libertad, y éste el objeto de la ley de su creación, la cual, conciliando inconvenientes que trae consigo la institución del civismo las milicias cívicas o populares en orden a disciplina, subordinación y fuero; institución ésta que aún no ha podido mantenerse ni aun en pueblos amaestrados en la Escuela de la Libertad; y contemporizando con el genio y costumbres de los pueblos y con el espíritu del siglo, hace de los hombres verdaderos soldados y ciudadanos libres".

 

"En efecto, poco adelantaría un Estado acabado de constituir, sin la firmeza y solidez que el solo tiempo da a sus instituciones, y por otra parte nuevo en la escena del mundo político, si, trabajando en su Constitución, descuidase su seguridad exterior, y dejase al arbitrio de los funcionarios, sin una regla fija, el manejo en los negocios públicos; por que resintiéndose de las prácticas y fórmulas antiguas, su desempeño sería defectuoso y tal vez incompatible o inadecuado para la marcha del sistema".

 

Quince años mas tarde de la institucionalización de la Fuerza Armada de El Salvador, el General Francisco Morazán diría en brillante arenga militar: "Los salvadoreños que han visto incendiar sus casas y talar sus campos, con esa frialdad republicana que todo lo sacrifica por defender la libertad, que ni los halagos, ni las amenazas, ni los peligros les han hecho doblar la cerviz ante los opresores de la Patria, se levantarán hoy en masa contra los que intentan de nuevo esclavizarla, y les sabrán acreditar que aún existen los vencedores en Gualcho, en San Antonio, en Mejicanos y en otras tantas acciones gloriosas, cuyos laureles no han podido marchitar el tiempo, ni arrancar de sus sienes la desgracia" (Julio de 1839).

Fuentes:

(MINISTERIO DE LA DEFENSA NACIONAL DEPARTAMENTO DE HISTORIA MILITAR.TOMO I HISTORIA MILITAR DE EL SALVADOR Por Dr. Jorge Lardé y Larín. EL SALVADOR, C.A. -1994-).

[1]) Paleolítico, De Palais, antiguo; y Lithos Piedra. Período de la piedra tallada.

[2] Neolítico. De Neo, nuevo; y Lithos, piedra. Período de la piedra pulimentada.

[3]) Calcolítico. De Chalcos, cobre; y Lithos, piedra. Se comenzó a usar objetos de cobre.

[4]) Pipil. En Náhuat. Pilo en Azteca, Pilli, "Hidalgo, noble, grande, hombre de calidad" Plural en Náhuat. Pipil, en Azteca, Pipiltin.

[5]) Yaqui. Los quichés y cakchiqueles de Guatemala conocían a los pipiles con el nombre de yaqui, de Yáque, emigrante, peregrino, originario de otro país.

[6]) Náhuat. Idioma hablado por los pipiles. Los Aztecas decían nahuatl con igual significado "cosa que suena bien, que es agradable al oído"

[7]) Oidor de la real Audiencia de Guatemala.

[8]) Papahua. Sacerdote pagano que se reunía con los nobles cuando se iba a elegir un nuevo Jefe. En náhuat, papa, papate; nombre de la cabellera larga, en desorden y untada de sangre de los ministros religiosos. La posposición hua significa "el que tiene o posee algo". Etimología: "el que posee la cabellera larga, en desorden y untada de sangre".

[9]) Mitote. Fiesta pagana de los nahuas con música estridente, danza interminable y monótona y gran consumo de una bebida fermentada, la chicha.

[10]) Tatoni. En náhuat, príncipe o señor principal.

[11]) Tagatécu. Principal dignatario entre los pipiles o yaquis; de tágat, hombre, técu, jefe o señor: "el Jefe de los hombres". En azteca: tlacatecuhtli.

[12]) Cihuacúat. Segundo dignatario entre los pipiles y yaquis; de cíhuat, mujer; y cúat, culebra: "culebra-mujer". En azteca: ciuacoatl.

[13]) Mashte y cútun, en pipil; maxtli y coton, en azteca.

[14]) Técpan. En pipil y azteca: "palacio", "casa real".

[15]) Tacuzcalcu. De tacuz, arma, lanza, jabalina; cal, casa; cu, en, sufijo locativo: "en la casa de armas". En azteca, Tlacochcal­co.

[16]) Ucélut. Hermoso felino americano, cuyas pieles cubrían vistosamente el cuerpo de los grandes capitanes. En azteca Ocelotl, tigre.

[17]) Cuaúhcue. Ave de rapiña, de esbelto e hidalgo porte, cuyas plumas ornaban los cuauhtli. Aguila.

[18]) Teculucelu. Del pipil Teculu, tecúlut, tecolote; y ucelu, ocelote. En azteca, tecolocelotl.

[19]) Telpúshcal. Del pipil telpush, hombre jóven o muchacho, y cal, casa: "Casa de jóvenes"

[20]) Calmécat. De cal, cas, y mécat, cordón; "cordón de casa".

[21]) Tiacauh. Vocablo pipil que significa valiente, animoso, bravo; jefe principal.

[22]) Tequihua. Vocablo pipil que quiere decir "el que tiene trabajo", de tiqui, trabajo, y hua, el que tiene o posee algo.

[23]) Calpul. Vocablo pipil (en azteca calpulli) que significa "gran casa, casa comunal, de cal, casa y pul, posposición aumenta­tiva.

[24]) Tatunímet. Plural de tatuni (en azteca tlatoni), príncipe, señor principal.

[25]) Véase Nota 8.

[26]) Tupilzín. Sacerdote sacrificador. En el sacrificio humano tenía la misión de alzar el puñal y henderlo a la altura de la tetilla izquierda de la víctima para luego meter la mano y arrancarle el corazón. En azteca, topilzín.

[27]) Tehuamatine. Sacerdote sabio o hechicero mayor entendido en agüeros y manejo de los calendarios cíclicos. De Teut, dios, divinidad; hua, enfijo posesivo; y matine, saber, conocer: "el sabio que posee a dios".

[28])Teupishque. Sacerdote que sujetaba fuertemente una de las extremidades de la víctima humana en el acto del sacrificio. Su número era de cuatro. De Teut, dios; pish, de pía, guardia: "guardián de dios".

[29])Shúlut. (en azteca Xolotl). Cánido americano. Tenía la peculiaridad de no ladrar ni aullar; su cuerpo estaba desprovisto de pelos con excepción de la coronilla y la punta de la cola; los indios lo criaban para aprovechar su carne. Vocablo que significa: perro, paje, sirviente, doméstico, esclavo.

[30]) Teponahuaste. (en azteca Teponaztli). Tambor de madera bitonal, hueco y en la parte superior con dos lengüetas.

[31]/ Quezalcúa. Dios y héroe civilizador que emergió del fondo de las glaucas aguas del Lago de Güija.

[32]/ Izcueye. Compañera del dios y héroe civilizador Quezalcua. De Iz, obsidiana; y cueye, vestido: "la de los vestidos de obsidiana". No figura en la teogonía de otros pueblos nahuas. su culto se originó en la región del lago de Guija.

[33]/ Chalchihuite. Jadeita, piedra preciosa de color verde.

[34]/ Teupa. Edificio donde se guardaban los idolos y estacionaban los miembros del sacerdocio pipil. De Teut, dios, y pa, sufijo locativo: "lugar de Dios".

[35]/ Pedro de Alvarado. "II Carta a Cortés". Batalla de Acajutla.. Datada en Santiago de Guatemala el 28 de julio de 1524.

[36]/ Machuahuit. En pipil, "mano de palo", de mait, mano, y cuahuit. árbol, palo.

[37]/ Tahuitul. En pipil, arco que sirve para lanzar flechas o bodoques.

[38]/ Mit. En pipil, flecha o saeta.

[39]/ Malacate. En pipil, escudo o rodela. Pequeños malacates, de barro cocido, se utilizaban en hilandería.

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